La guerra se había desatado y con ella muchos heridos.
Si antes pensaba que la vida era muy cruel conmigo, ahora estaba segura que la vida era la crueldad pura en toda la extensión de la palabra.
Aquella mañana me había despertado como todas las anteriores: la casa se encontraba llena de gritos e improperios, llena de odio y de dolor. Ya estaba cansada, me sentía agotada y no me quedaban fuerzas suficientes para darle frente a la guerra.
Pero algo cambió aquella mañana, unas simples palabras hicieron que todo fuera diferente; ya estaba decidido, nos iriamos. Huiriamos de aquello que bautice como el propio infierno.
-Nos iremos de aquí, solo hay que hacerle creer a tu padre que nos quedaremos-. Esas habían sido las palabras exactas que habrían definido el posible cierre al tormento en el que vivía.