Cuatro.

Entre el ir y venir del sol a través de mi ventana, han pasado dos semanas.

No todos los días despierto con ánimos, por lo que empezar de nuevo se me ha hecho un tanto difícil.

He ido de a poco, limpiando acá, ordenando allá, comprando víveres y saliendo con Yoongi y Jimin. También ha habido días en los que me quedo en la cama sin hacer absolutamente nada excepto ver películas atiborrándome de mis golosinas favoritas (entre las que se cuentan, cómo no, los malvaviscos y las galletas Toddy). Sé, de todas maneras, que esto no puede seguir así por mucho tiempo. Tengo que establecer una rutina para poder sobrellevar con entereza las inclemencias de la vida, y tiene que ser pronto, ya que sólo me queda un mes de licencia. A partir de marzo debo incorporarme nuevamente al ciclo estudiantil.

El día de hoy, dieciocho de febrero, tengo control con mi nuevo psiquiatra, el otro doctor Kim. Lo había visto algunas veces paseándose por los pasillos de la clínica con su aproximadamente metro ochenta de altura y sus aires de intelectual. Tuve algunas compañeras de habitación que lo tenían como médico tratante, y las opiniones respecto a él eran diametralmente opuestas: unas lo amaban y otras lo odiaban. Supuse que ahora conocería la causa de tan pasional dicotomía.

Era bastante tarde cuando me levanté de mi cama improvisada -le digo así ya que no es para nada el tipo de cama que quiero, pero ya iré arreglando mi habitación con el tiempo-, tomé una ducha y tras secarme el pelo escogí meticulosamente las prendas que usaría aquel día. Un viento gélido arreciaba el exterior, de modo que debía abrigarme. Escogí unos jeans palazzo de color claro, un sweater blanco moteado de gris tan calentito que hacía feliz a mi alma, mis infaltables loafers sin talón (sí, por supuesto que estaba usando medias) y un abrigo de lana suave color rosa.

Al llegar a la clínica el doctor Kim me estaba esperando en su oficina. Aun así, toqué la puerta, por precaución. No fuera a ser que estuviera ocupado.

—Adelante, Daphne. —Dijo el doctor con una profunda voz en la que podías reconocer de inmediato que en él predominaba su faceta más racional.       
—Buenos días.      
—Soy el doctor Kim Namjoon, y como sabes, estaré monitoreando tu proceso de salida de la clínica. —Asentí en silencio—. Y bien ¿cómo te encuentras? ¿Qué tal te ha ido estas dos semanas?

Su tono era de genuino interés, sin embargo, me sentía como si estuviera bajo el foco de luz de un pabellón de cirugía.

—Bastante bien. Me he sentido muy estable. Asumo que es gracias a la medicación, así que he sido responsable y me la he tomado a las horas correspondientes. El único problema es que durante la noche me cuesta dormir y tengo subidones de productividad y energía, pero durante el día me cuesta mucho llevar a cabo mis tareas. Creo que debo estructurar una rutina, pero de sólo pensarlo me gana el desaliento.
—Ya veo. ¿Cuáles eran tus medicamentos?   
—Valium, prozac y quetiapina. 
—¿A qué hora te tomas el Valium?     
—Una pastilla por la mañana y media por la noche... —Kim Namjoon me miró con una expresión llena de indulgencia.      
—Daphne, el Valium es un ansiolítico sedante. La indicación era al revés. Tienes que tomarte media pastilla por la mañana y una por la noche. Y en la noche debes tomar la quetiapina también. La fluoxetina, vale decir, prozac, se toma por la mañana.

Mi cara se puso totalmente roja. Internamente quise odiarlo por estar en lo correcto, pero claramente no tenía sentido. Me odiaba a mí misma por cometer un error tan estúpido. Él debió haberlo notado porque me dijo:

—No te preocupes, Daphne. Acabas de salir de la clínica, y por dos años no te has hecho cargo de tu medicación. Hay errores mucho peores que ése, créeme. Cuando estaba de médico general me tocó ver el caso de un hombre con graves problemas hormonales debido a que consumía pastillas anticonceptivas creyendo que estaba protegiéndose. —me reí de buena gana con eso último.
—Está bien...        
—Bien. Esperemos que el insomnio se solucione a partir de ahora. ¿Quieres que procedamos a armar una proto rutina? —Lo miré sin entender. ¿Por qué tenía que avergonzarme en todo momento? ¿Acaso era muy estúpida por ponerme tan nerviosa que no podía entender lo que quería decir? —. Me refiero a una rutina flexible, con pocas actividades que te den una sensación de logro y que sean fáciles de cumplir.   
—Oh... bien. —Antes solía ser una niña prodigio. No sé qué me pasó en el camino. De pequeña mi familia creía que estudiaría en Oxford. Vaya decepción.

Con mi psiquiatra procedimos a escribir en una hoja de papel las actividades que me gustaría realizar, tanto deberes como pasatiempos y redujimos la lista a cinco de ellas: Hacer el aseo (no quería vivir en una pocilga), leer, practicar canto, cocinar y volver a dibujar. Ésas serían mis cinco actividades inamovibles si es que quería mantenerme cuerda y no caer al abismo de irrealidad otra vez.

Una vez que salí de la consulta decidí pasearme por los oscuros y silenciosos jardines de la clínica. Aquellos lugares me transmitían paz a través de su silencio. Observé uno de los árboles cuya corteza estaba ennegrecida. Acerqué mi mano para tocarla y sentir su rugosidad seca debajo de mis yemas, pero una figura apareció bruscamente frente a mí.

—¡Daphne! —Esa voz profunda y ligeramente familiar...    
—¿V? ¿Qué haces aquí? ¿Y qué... cómo apareciste? 
—Estaba arriba de este árbol. Salté. -Dijo simplemente y sonriendo feliz, como un niño.      
—¿No te habían dado el alta?    
—Sí, pero vine a visitar a un amigo. Ya terminó el horario de visita, así que estaba por irme.
—Un gran pasatiempo trepar árboles. Yo lo haría, a decir verdad, pero hace mucho tiempo que perdí mi agilidad.
—Yo tampoco soy muy ágil, pero este árbol parecía llamarme. —Volvió a sonreír, haciendo de sus ojos dos rendijas resplandecientes—. ¿Qué hacías tú acá? ¿No te parece una extraña coincidencia que nos hayamos encontrado ya tantas veces?