Delta 4053

I

En su oficina, el General contemplaba las perezosas aguas del río Limón desplazarse hacia su delta y desembocar en el lago, le agradaba ver cómo un recurso tan valioso estaba a su cargo y cómo desde que él gobernaba, nada significativo ocurría. Una que otra escaramuza en las tomas de agua, que se solucionaba cortando el suministro por horas, haciendo reflexionar a la comunidad, mientras padecían sed.

Sonrió, ante ese pensamiento; de “maldito” no lo bajaban, pero, no permitía desórdenes, ni terrorismo en sus “dominios”. En un principio mientras más se enfurecían y gritaban, más tiempo alargaba el corte, llegando a días.

Un toque en la puerta, lo sacó de sus pensamientos.

—Adelante —respondió.

Uno de sus subalternos de más confianza entró, aunque aún era joven se había ganado la estima del General, emitió su saludo y dijo:

—Señor, debo informarle que su hija Zohe ha sufrido un accidente automovilístico.

—¿De qué habla González? —dijo el General. Lo dejó continuar en un ambiente que se volvió tenso.

—Iba en compañía de aquel sujeto —dijo el subalterno con ira reprimida.

—¿Dónde se encuentra?

—En el hospital de Paraguaipoa.

—¿Cuál es su estado? —preguntó tratando de no sonar consternado.

—Ella se encuentra bastante golpeada, tiene una leve inflamación en el cerebro, los médicos prevén mejoría. En cuanto a ese sujeto, Aponte tiene lesiones mínimas.

El General asintió, aunque la relación con su hija había estado en su peor momento en los últimos meses, seguía sintiendo un profundo cariño por ella.

—Me informa sobre cualquier cambio en su estado.

—Sí, señor. Perdone el atrevimiento, pero, ¿respecto a Aponte? —inquirió González.

El General pensó que era momento de tomar cartas en el asunto, había dejado ir esa situación demasiado lejos.

—Sáquenlo del hospital y llévenlo a “La Cabaña”, es momento de tener una charla con él, antes de mi llegada, por favor denle una sesión de spa, para que se encuentre relajado y predispuesto a nuestra conversación —dijo aquello con la misma calma con la que abordaría cualquier situación.

González no pudo evitar una sonrisa de satisfacción.

—Como mande, Señor —respondió y se retiró.

El General, volvió su vista nuevamente al río, al puente, se puso de pie y admiró a través del ventanal todo el complejo militar a su cargo, se extendía de lado y lado del río, al momento de su construcción habían procurado respetar la mayor parte del inmenso bosque de manglares que bordeaba el río y la ciénaga, el cuál era un refugio de animales acuáticos y terrestres. Preservaron al punto en el que en algunas zonas, la naturaleza y la base parecían volverse una; hacerlo mejor que los siglos anteriores de desgaste, en el Zulia, la naturaleza había sido benevolente y les concedía aún fuentes de agua con un mínimo de contaminación, en un siglo en el que la lucha no era por tierras, oro o hidrocarburos, sino por agua.

Y si podía custodiar todo aquello con mano de hierro, ¿por qué no hacerlo con su propia casa? Era momento de poner límites a la piltrafa con la que andaba su hija, y sobre todo, a su hija.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.