Delta 4053

II

La cabaña, externamente era un lugar encantador, una de las tantas fincas que se extendían antaño en las planicies de La Guajira, conservaba esa estructura colonial de dos pisos, un frente frondoso a orillas de la antigua vía Carrasquero- Guana. Y cuyo fondo del terreno daba al río Limón. Ahora era otro punto de control sobre el recurso hídrico y uno de los centros de operaciones de inteligencia militar. El General entró a la casa, mientras recibía saludos del personal militar que allí laboraba, bajó hacia el “spa”. En la estructura se habían hecho modificaciones incluido un sótano, donde se interrogaba a criminales y disidentes.

Era un lugar más amplio que la propia estructura superior de dos pisos, se condujo hacia la pequeña habitación donde se hallaba Aponte. Le abrieron la puerta y entró. Fue cerrada tras él, había pedido ser dejado a solas. Frente a él en una pequeña e incómoda silla, se encontraba atado de manos y pies, el causante del incidente con su hija.

—Marcos Aponte, qué gusto saludarte —le dijo con cortesía al ocupante de la silla.

Marcos, amordazado y evidentemente adolorido, lo miró con terror, a través de sus brillantes ojos verdes. Se encontraba desnudo y sangrando de varias laceraciones en el cuerpo, los golpes comenzaban a mostrarse morados sobre su pálida piel.

—Tranquilo, sólo vine a hablar contigo. —el goteo de una manguera de hidralavadora acentuaba sus palabras.

El General caminó alrededor para comprobar que sus órdenes fueron cumplidas. Aparte de los cortes, tenía quemaduras simples. Nada que fuera a dejar una terrible cicatriz, en ese momento la habitación estaba en su punto de heladez, en otros momento se volvia un sofocante sauna. Tomó un par de guantes de la mesa de instrumentos, y vio cómo a sus espaldas, Marcos se estremecía. Una vez colocado los guantes, tomó un bisturí y con la otra mano, arrastró la silla del rincón que solía ser usada por los interrogadores para ponerse frente a Marcos, el rechinar de esta sobre el psio hacia estremecer al joven muchacho

Marcos, al ver el bisturí, se debatió aún más contra su amarre. Tenía un rostro atractivo, en parte entendía el encaprichamiento de su hija por él.

—Tranquilízate, sólo vamos a conversar —volvió a decir, mientras se sentaba de frente con naturalidad, como si aquello fuero algo casual, aunque para él lo era—. Bueno, muchacho, me han dicho que mi hija está en coma por tu culpa.

Marcos gesticulaba contra la mordaza.

—¿Qué dices que no te escucho? Ah, sí, la mordaza, qué modales los míos. —Con un rápido movimiento del bisturí cortó la tela y unas capas de piel de la mandíbula de Marcos.

Este, gritó adolorido.

Nota de la autora: Hola, mis lectores fantasmas, si ustedes que me leen desde las sombras, que los puedo ver en las estadísticas acechándome pero sin comentar. Bienvenidos a esta nueva historia, narrada en La Guajira y surgida de los delirios de mi cabeza y que además pertenece al mismo universo del cuento en mi perfil Hijos del Sol.

Les pido un poco de amor por aquí en forma de comentarios y estrellitas. Alegrarían mucho mis días. Puede pasarse por mis redes sociales a ver el fantástico video que hice para promocionar y chismear de mi vida.

Instagram: amarincaro

Tik Tok: amarincar




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.