La sangre bajaba a borbotones del pálido rostro de Marcos, junto a sus lágrimas.
—Cállate, pedazo de mierda, que aún no comenzamos —dejó que sus palabras se asentaran—o este puede ser el final de tu estadía aquí, depende de ti —dijo, como si hablara del clima.
Marcos enmudeció enseguida, sabía que cuando el General hablaba, todos callaban.
—Entonces… ¿Creíste que podrías hacer y deshacer con mi hija y que no llegaríamos a esto?
Lo observó con una mirada penetrante. Marcos pareció encogerse sobre su asiento.
—Habla.
—Yo… Yo no sabía… —su voz era un pequeño susurro.
El General sonrió como una esfinge; eso era evidentemente una mentira.
—Aseguras no saber que Zohe, es hija mía, del General“Vigilo”, o como todos me llaman a mis espaldas de “El Viejo”.
—Yo… Sí…
—Me impacientas Marcos, más vale que comiences a hablar rápido —le interrumpió—, aún tengo cosas importantes que hacer, por ejemplo, ver a Zohe. Pero, decidí que este asunto entre nosotros era más apremiante. Habla.
—Sí sabía que era su hija, lo supe desde el primer momento, pero, Zohe… Ella me dijo que no tendríamos problemas, que usted no solía inmiscuirse en su vida —respondió Marcos locuazmente.
—Y en base a eso, decidiste ofrecerle drogas, porque yo no me metería.
—No, ella… Ya consumía.
—Mientes Marcos, ¿sabes por qué lo sé?, porque he mantenido una estricta vigilancia sobre Zohe, desde las sombras, sí, sin meterme, pero conocedor de todo. Así que más vale, que medites tus siguientes palabras, o puede que deje un corte más permanente en ti.
Extendió una mano hacia el rostro de Marcos y este la siguió con su mirada llena de terror, así que cuando sintió el corte cerca de la ingle, su expresión fue de absoluto dolor y confusión. Aún así no grito.
—Muy bien, aprendes rápido, me molestan los alaridos. Como decía, esto depende de ti.
—¿Qué… qué debo hacer? —preguntó con voz ahogada, Marcos.
—Muy fácil, alejarte de Zohe, no volver a verla nunca en la vida. Puedes migrar a otro estado independiente y a cambio yo te dejo conservar tus extremidades —dijo el General mirando fijamente a Marcos—, me parece un trato maravilloso.
—Acepto —gimió Marcos, mirando al suelo.
—Y que no te quede dudas, lo sé todo de ti, sé hasta tus hábitos para defecar, así que no intentes jueguitos conmigo. ¿Entendido?
—Sí, señor.
—Muy bien, amo los finales felices.
Se levantó de la silla, colocó el bisturí en la mesa y se quitó los guantes. Se marchó sin dar una mirada más, al sangrante y maloliente hombre que dejaba atrás.
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Editado: 29.06.2025