Delta 4053

IV

Tres días pasaron para que la hija del General despertara, las lesiones habían evolucionado favorablemente.

Y sólo cuando estuvo consciente, el General decidió visitarla.

Zohe se encontraba recostada sobre la cama hospitalaria mirando hacia la nada, cuando su padre entró.

—Zohe —le dijo cortésmente el General.

—Padre —contestó esta con el mismo tono, aún sin mirarlo.

El General se sentó en el borde de la cama, a los pies de su hija. Buscando la mirada de ella.

—Mírame, Zohe.

Zohe dirigió sus ojos color miel hacía él. Eran ojos astutos y decididos. No había signo de arrepentimiento en ellos, pero tampoco de desafío.

—¿Dónde está Marcos? —preguntó ella.

—Lejos, si lo que me preguntas si aún vive, lo hace.

Alivio cruzó por las facciones de su hija.

Fuera de los estragos y moretones del accidente, Zohe se veía delgada, opaca, desgastada, su pelo castaño claro, sin vida. En sus brazos fuera de las vías del medicamento se veían los característicos moretones de la nefasta sustancia que se inyectaba.

No era ni la sombra de lo que era hace seis meses. Vital, fuerte, bella. Los vicios la consumían rápidamente.

—Es increíble lo que hace la estupidez humana —le dijo a su hija de forma despectiva.

Una chispa de ira, se asomó en los ojos de Zohe. Y dijo:

—¿Acaso el General Víctor Elías Gil López, esta excepto de ella?

El General le sonrió sinceramente y respondió:

—Me gusta pensar que sí, en mi fuero interno me lo digo constantemente. Aunque evidentemente, haber permitido esta situación —abrió los brazos para ejemplificar el todo—confiado en tu criterio lo fue; Zohe esperaba más de ti. Explícame, ¿qué fue lo que te trajo a esto?

—No me siento en la obligación de hacerlo —respondió desafiantemente Zohe.

—¿No?

—No.

Se miraron mutuamente por lo que pareció horas, en un duelo de orgullo y terquedad. Solo habia algo capaz de doblegar al viejo y lo miraba fijamente, pero en ese duelo no estaba dispuesto a ceder, ya había concedido mucho.

—“Dos caminos se bifurcaban frente a mí, yo escogí el menos transitado y eso hizo toda…”.

—La diferencia —concluyó Zohe. Con un asomo de sonrisa—. Poema de Robert Frost.

—Así que querida hija, hoy te ofrezco dos opciones, al igual que ese pedazo de mierda que tenías como pareja. Vuelve conmigo a la base y retoma tu carrera militar o pasa unos cuantos meses internada fortaleciendo el carácter. De decidirte por lo primero, confío en que los vicios, no sean más fuertes que tu voluntad.

Zohe se mantuvo en silencio por unos minutos.

El General era un hombre que valoraba el silencio producto de la reflexión interna. Podía ver cómo su hija consideraba.

—Pero… Dijiste que ya no confiabas en mi criterio —respondió al fin.

—No, pero, sí confío en tu voluntad. Si tuviera que describirte con una palabra, sólo usaría una: Tenacidad.

Los ojos de Zohe, se llenaron de lágrimas, aunque ninguna se desbordó.

—Está bien, volveré a la base —respondió.

—Muy bien, pero primero, a terminar de sanar del accidente… más bien lo llamaría incidente —dijo el General con un deje de disgusto—. González se encargará de mantenerme informado. Aunque volveré, Zohe; no cometeré el mismo error de nuevo.

Y con esa última declaración, salió de la habitación.




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