El hospital principal se encontraba atestado de ancianos, niños y mujeres, los pabellones colapsados, había personas en el piso y los pasillos; el hedor a excrementos, vómitos, sudor, orina y sangre, era insoportable, pero para alguien como el General, eran olores a los que estaba “familiarizado”. El personal de salud se movía agitadamente de un lado a otro.
Por la cuenta que sacó, había más de mil intoxicados allí; muy lejos del informe presentado en la mañana.
Ordeno suspender el suministro de agua; en esos momentos sólo el hospital y la base tenía disponibilidad y eso confiando en los potentes filtros de purificación que tenían instalados, muy superiores a los de la estación de bombeo.
De camino al laboratorio, pasó por la morgue, en ese momento ingresaban dos cuerpos, y por las puertas abiertas pudo ver que había al menos media centena de cadáveres.
Torció la boca con disgusto, si algo le molestaba era la falta de información o peor aún, información imprecisa.
Uno de los subordinados le abrió la puerta de laboratorio.
—Informe —ordenó al personal de laboratorio. Se hallaban 3 personas allí.
—Señor—respondió un joven moreno y delgado—, como suponíamos, la fuente de contaminación es el agua. No es algo “natural”, no está en el afluente del río, sin embargo, en las bombas de succión, tanques de purificación y estación de bombeos, hay una enorme cantidad de residuos. Hablamos de envenenamiento, Señor.
—¿De qué tipo? —preguntó el General.
—Metilmercurio o CH3Hg+, un compuesto organometálico de mercurio, altamente liposoluble y tóxico, capaz de circular a través de las membranas celulares y de allí a delicados sistemas enzimáticos de la célula humana misma.
Era grave.
—¿Por qué no hay más decesos si es intoxicación por metales?
—Señor, los filtros son realmente buenos, lograron atrapar la mayor carga de toxicidad. Pero, claro, hay organismos más sensibles que otros. Ha afectado sobre todo a los niños y es muy probable que las mujeres gestantes sufran complicaciones severas.
Durante los años de mandato del General jamás se había presentado una situación como aquella, ¿cómo era posible que esa conspiración sucediera en sus narices? El General apenas si podía disimular el malestar y disgusto que aquello le generaba, cientos de vidas perdidas. ¿Para qué? ¿Con qué intención? Y sobre todo: ¿Qué debía hacer para detenerlo?
—¿Qué medidas recomienda como experto?
El joven miró a su compañera, una mujer ya mayor.
—General—habló la mujer—, fuera de la obviedad de estrechar la vigilancia…
El General la miró con sorna.
—Al punto.
—Señor, reemplazar las capas de los filtros, una limpieza a fondo de todo el sistema y realizar unas pruebas rápidas, antes del bombeo.
—Eso pensé.—Dio media vuelta y salió del laboratorio.
Así que algunos (no podría ser obra de uno o dos) querían sembrar terror en sus dominios. Era hora de que cantaran los pajaritos.
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Editado: 28.07.2025