Era traición, alta traición. El General lo sabía. Todos los implicados en las guardias de los días previos y la mañana del envenenamiento, estaban siendo interrogados. Técnicos, instrumentistas, vigilancia, distribuidores, fontaneros, mecánicos y demás.
Cinco habían pasado a “La Cabaña”. El General, después de ver los interrogatorios desde su despacho, había dado la orden: Cuando estuvieran lo suficientemente quebrados, los visitaría personalmente; su presencia solía ablandar a los reacios. Además, no temía “ensuciarse” un poco las manos.
González le acompañaría.
David González había sido rehén de la guerra separatista de Venezuela, hacía 22 años. Cuando Vigilo vino de Los Andes a La Guajira, era subordinado del General Gómez, el entonces precursor de la separación e “independencia” de las regiones con más recursos hídricos del país, cuando en otras latitudes del mundo ya habían estallado gravísimas guerras. Gómez pensaba asesinar al muchacho, no podía permitir que el hijo del principal líder del bando “humanista” siguiera con vida, el pueblo Wayuu era conocido por ser rencoroso y vengativo; el padre del muchacho era un pendejo que quería que los recursos se repartieran equitativamente en todas las regiones, una estupidez totalmente insostenible. Vigilo logró convencer a Gómez de no asesinar al muchacho, sino convertirlo en instrumento útil a la causa, desde la primera conversación vio el potencial del niño.
Cuando entro a la celda donde lo habían recluido, un niño moreno y de ojos rasgados lo reparo de la cabeza a los pies, se detuvo en su nombre y rango. No espero que el general le hablara, él lo hizo primero.
—Mi padre fue asesinado... y ahora me asesinara a mí —aseguro, en sus ojos no había miedo, solo resignación.
— ¿Por qué estas tan seguro de eso? —inquirió el general.
—Así se asegurarían de acabar con la línea directa del antiguo líder. Estarían en paz de que nadie tomaría venganza.
—¿Si te dejo con vida tomarías venganza?
—Lo haría por deber
—Pero no, porque te nazca. —aventuro el General.
—No, no me nace, pienso que la venganza es una idiotez, mi padre tomo sus decisiones y murió por las consecuencias.
— ¿Qué edad tienes David?
—10 años —respondió confuso.
—Igual, que mi hija. Hoy no vas a morir David y espero que en los próximos años tampoco.
Cuando el General Gómez fue derrocado y asesinado, Vigilo asumió la tutoría completa de González y lo crio al lado de Zohe. De cierta forma podía considerarse un miembro de la familia Gil López. Aunque el General no permitía que debilidades como esas nublaran su razón. González era sobre todo un instrumento útil y bien calibrado.
De camino a “La Cabaña”, el General le preguntó:
—¿Qué opinas de esto?
—Señor, no creo que le diga algo que ya no haya pensado —El General asintió con aprobación—, esto es un claro intento de socavar su gestión y autoridad.
—¿Interno o externo?
—Señor, considero que debe haber ayuda interna, nuestro sistema de vigilancia es demasiado meticuloso, como para pensar que lograron infiltrarse sin ayuda.
—Asumo que la estrategia es poner a la población en mi contra, a mis hombres, ya que la gran mayoría son nativos y sus familias están aquí, no querrán defender a un hombre que no puede defender a los suyos. Así que vamos a averiguar quiénes son las ratas y los líderes. ¿Estás preparado?
—Sí, Señor —aseveró, González con toda convicción.
Cinco miembros de la base fueron enviados a "La Cabaña". Vigilo después de ver los interrogatorios desde su despacho, había dado la orden: Cuando estuvieran lo suficientemente quebrados, los visitaría personalmente; su presencia solía ablandar a los reacios. Además, que no temía “ensuciarse” un poco las manos.
El General sabía que uno de los pocos familiares que le quedaban a González, estaba siendo interrogado.
—¡David, dile que yo no he hecho nada! —gritaba entre descargas eléctricas el interrogado, movía la cabeza con frenesí, la capucha que llevaba no le permitía ver dónde estaba González, aunque el General le había informado sobre de la presencia de este.
—Primo, ayúdame, te lo pido por tía Elisa. ¡Por favor!
González permanecía impasible en la esquina de la sala de interrogación.
—¿Quién te suministró el mercurio para envenenar los tanques de almacenamiento?—preguntaba con vos fría, el General.
—Yo… sólo soy un técnico, llevo 5 años trabajando ahí, lo he dicho un millón de veces. No tengo motivos para mentir —respondía entre lagrimas
—Cambiemos de método —sentenció el General.
—No, ¡no! David, ¡maldito!, prefieres a este perro viejo, que a tu sangre —el hombre en la silla se debatía con violencia y con una voz potente gritó—: ¡Gracias a Dios que la tía murió, odiaría ver la clase de mierda en que te has convertido!
Un grito casi animal lo estremeció por completo.
El General le cortó la falange del dedo meñique izquierdo.
—¡Malditos! Para, por favor, yo no he hecho nada.
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Editado: 28.07.2025