La sangre escurría del brazo del General. La última sesión del interrogatorio había sido intensa. Pero, había conseguido una pista sobre sus enemigos. Mientras se retiraba la chaqueta, pudo ver sobre su hombro a González con la mirada perdida.
—¿Te afecta la muerte de tu primo? —preguntó el General, enfocando la mirada González respondió:
—No, Señor. Fuimos cercanos de niños. Pero cuando usted me acogió en su familia, rompí esos vínculos. Ahora sólo es un técnico más del complejo de distribución.
—¿Y por qué tan pensativo?
—Pensaba en mi madre Señor, apenas sí la recuerdo y rememoraba lo poco que queda de eso.
—Entiendo —El General se había terminado de asear, se giró hacia González, quien ya tenía extendido un nuevo uniforme para él.
Mientras continuaba cambiándose, el General se convenció de que González era alguien en quien pudiera confiar, no vio ni un signo de debilidad o compasión, por quien fuera su consanguíneo. El General siempre se había destacado por medir muy bien las conductas de quienes le rodeaban. Así que lo siguiente que le dijo a González fueron los planes que estaba considerando para combatir a sus adversarios.
Si ya las políticas de represión y control eran duras, durante la gestión del General, habían recrudecido aún más con los recientes eventos. Los horarios de la distribución de agua se habían vuelto más cortos y espaciados. Aunque se le hacía saber a la población de forma pública, los motivos, mostraban cada día más disconformidad. Hasta al punto de volver a hacer protestas en los puntos de distribución. El General hubiera querido tomar medidas extremas y aplacar toda queja, pero sabía muy bien que eso era lo que buscaban sus enemigos. Pese a ser un Estado independiente, El Zulia, mantenía cierta cordialidad y grado de unidad con sus vecinos en el sur; Los Andes. De la costa y centro de la Antigua República, ya no quedaba nada, no lo consideraba como un ataque de esas zonas. De quienes más debía cuidarse, era de sus locales.
Había enviado a González al mando de una comitiva para recorrer el Estado y “sacudir un poco la mata, a ver si caían los mangos”. La ciudad de Maracaibo, era el núcleo poblacional más grande, tardarían unos cuantos días en recorrerlo y luego lo demás; tardarían semanas en volver.
Zohe seguía entrenando, en compañía de una oficial del cuerpo de aviación, llamada Claudia Briñez, una mujer de 32 años, que mostraba el mismo carácter de Zohe, razón por la cual habían mantenido una relación cordial desde hacía años.
—Gil, me alegra mucho tenerte de vuelta en el servicio y la base.
—Gracias Briñez, puedes llamarme Zohe, creo, que nos conocemos lo suficiente para ello.
—Entonces, llámame Claudia.
Ambas mujeres rieron al recordar sus andanzas de cadete. Tenían apenas 16 años, en tiempos difíciles, era la edad mínima para ingresar.
«Recuerdas la vez que nos metimos en el hangar de los aviones, y logramos encender el motor de uno, mi padre me castigó durante semanas por ello y a tí te metieron en el cuerpo de aviación»
—Pero al final no te fue tan mal, te dejaron tomar el curso de pilotaje.
—Sí, pero tres años después —dijo Zohe con exasperación—mi padre, nunca me ha puesto nada sencillo.
—Ha sido un buen ejemplo, para los demás y sepamos que para lograr algo debemos esforzarnos.
—¿Y qué me dejara integrar nuevamente que demuestra?
—Que te ama.
NOTA DE LA AUTORA: ¿Qué piensan gente? Pa´ que vean como los quiero hoy tenemos doble actualización.
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Editado: 28.07.2025