Zohe y González se encontraban agazapados detrás de un enorme muro, mientras esperaban en medio de la fría madrugada andina, en una de las Bases Militares del Estado Independiente Andino. Funcionaba en ese momento como centro estratégico operacional; antes de la guerra separatista era conocido como el Comando Regional N° 1 de la extinta Guardia Nacional.
Habían logrado infiltrarse en el patio interno de la Base, y se encontraban fuera de los muros de lo que se asemejaba a un pequeño castillo. Esa había sido la estructura original, posteriormente reforzada hasta quedar protegida por 3 murallas. Ambos habían memorizado perfectamente los planos en apenas medio día. Trabajaban muy bien juntos. Con las órdenes claras, no había lugar a sus acostumbradas diferencias.
Esperaban el cambio de turno, ese breve momento en los que ambos turnos se encontraban y pasaban reporte en la pequeña garita, era cuestión de un minuto.
Sus respiraciones suaves eran el único sonido entre ambos. Eran las 0600.
Como una sombra cruzaron la entrada y comenzaron a rodear el edificio principal, evadiendo los potentes reflectores rotatorios que alumbraban todo el recinto. Su objetivo se encontraba en el ala reservada a los altos mandos militares y sus familias. Al estar en el centro de la base, la vigilancia era menor, razón por la cual las ventanas no estaban siquiera aseguradas y entrar fue sumamente fácil. Sólo deslizar el cristal y en un espabilo tenían sedado al joven hijo del General Martínez que ni pudo percatarse qué pasaba.
Salieron con la misma celeridad, González llevaba como si nada el delgado cuerpo del muchacho a su espalda, atado además con unas correas al cuerpo de este. Había ya, traspasado el segundo muro cuando se dispararon las alarmas. Corrieron y corrieron, hasta abrir con fuego y amenazas el portón principal. Los guardias no podían correr el riesgo de dispararle y herir al muchacho. Así que cuando Zohe y González se separaron brevemente, comenzaron a dispararle a ella. Afortunadamente no lograron acertar, y sólo de refilón, mientras encendía la moto, alcanzó a ver que uno de los que disparaban era Marcos, estaba segura, jamás olvidaría esa cara y esos ojos.
—¡Muévete! —le urgió González.
Ella con un rápido movimiento se acercó a González, para que pudiera subirse y así acelero hasta perderse en las infinitas curvas de las montañas andinas.
Habían cambiado de vehículo a uno oficial. En los controles de carretera, al ver a González y sus insignias, le daban respetuosamente la señal para continuar, ni siquiera se les desviaba la mirada al muchacho que parecía dormir en el asiento de atrás. Zohe llevaba un control preciso del tiempo que hacía efecto el somnífero y lo iba dosificando gradualmente. No podían permitirse errores.
No bajaba la guardia, aunque se podía considerar un éxito su misión, aún no le entregaban el muchacho al General Vigilo, así que no podía autofelicitarse.
—¿Qué pasó cuando traías la moto, te aturdieron los disparos? —le preguntó González. Eran las primeras palabras que le dirigía en horas.
—Por supuesto que no —respondió Zohe con molestia.
—¿Entonces? —insistió González.
—Eres muy metido… ¿no?
—Metido no, ese pequeño descuido nos pudo costar mucho.
—Pero no fue así. Deja la ladilla.
González la miro con suspicacia.
Al parecer no había alcanzado a ver a Marcos. Zohe sabía que era él, estaba segura, pese a llevar barba, pasamontañas y una indumentaria militar. Era él, ¿Cómo era posible que fuera militar?, ¿acaso su padre no lo había investigado a fondo? La única explicación que parecía tener sentido es que fuera de inteligencia y todo su acercamiento a ella y la influencia en su vida, no fuera más que para lograr desestabilizar el régimen de su padre.
Aunque una parte de ella se sintiera dolida, había mucho sobre eso que era más que sentimental. ¿Cuánto habría contribuido ella con el caos que ahora reinaba en el estado? ¿Cómo recordar qué dijo y qué no?
¿Cómo abordar ese tema con su padre? Debía hacerlo, de eso dependían muchas cosas.
—Algo pasó allá, estuviste magnífica durante toda la misión, excepto ese último momento… —advirtió González.
—¡Calla, mierda! —gritó hastiada, tratando de disimular su pena por el halago, su rabia por ser tan obvia con su compañero de armas y no querer que se trasluciera su creciente ansiedad.
Él, sólo se echó a reír y musitó para sí.
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Editado: 28.07.2025