Delta 4053

XIV

El General Martínez no había cedido ante las demandas del General Vigilo, encontró en el secuestro de su hijo, la oportunidad de una declaración abierta de conflicto y guerra, la zona sur del Estado como primera línea de defensa simplemente había cedido sin siquiera haberse disparado una bala, se unieron a los andinos, y seguían avanzado hacia el norte.

Zohe y González ardían de furia de ver cómo los militares habían mostrado tan poca lealtad. En una reunión en la cabaña de González, el General les hizo saber que probablemente todo el estado cedería.

—Al parecer he sido un déspota y terrible gobernante —sonrió sin culpa, ni remordimiento—. No confió más que en ustedes. Esto lleva mucho tiempo preparándose, es evidente; mi último movimiento no dio el fruto esperado. De cualquier forma, prefiero ver el plan de mis enemigos, no crean que con esto que digo, pienso ceder tan fácil, demos el “beneficio” y ver quién aún permanece de nuestro lado. Lucharemos hasta el final.

«Haré un mitin con los miembros de la base y luego un comunicado a todo el estado, debemos seguir manteniendo la distribución del agua, y aclarar algunos puntos. González, quiero que permanezcas a mi lado en todo momento. Trasladaremos al muchacho, a la base, y así Zohe podrá encargarse de vigilarlo y mantener el resguardo ante cualquiera circunstancia.»

González asintió.

—Padre, ¿qué sentido tiene mantenerlo con vida? —preguntó Zohe.

—Tiene todo el sentido para mí, no acostumbro matar niños inocentes. Aunque sea considerado demasiado escrupuloso para mí. Además, puede servir en el momento menos esperado. ¿Entendido?

—Sí, padre.

—Esta noche se hará el traslado.

—Sí, Señor —contestaron González y Zohe al unísono.

González reflexiono largamente sobre las últimas palabras del General, miraba a través del ventanal de la oficina, el puente reconstruido, más que una forma de movilidad, era el monumento a la nueva era, al hombre al que le debía lealtad y la vida.

Cuando era un niño muy pequeño su padre le había contado que siglos atrás todos cruzaban el delta en pequeñas canoas, no era un hombre nostálgico pero por momentos le gustaba imaginar ese tiempo, cuando sus ancestros veneraban el agua y la lluvia, personificados en la figura de Juyaa, eran elementos centrales y sagrados. Juyaa, el dios de la lluvia, fecunda a Mma, la Madre Tierra, dando origen a la vida y a los alimentos. El agua, por tanto, representa la vida misma y la conexión con lo divino para los wayuu.

Había escuchado que en algunos caseríos en los cerros sagrados, estaba renaciendo el culto a Juyaa y si en este siglo había un dios al cual reverenciar ese debía ser el agua. Elevo su propia plegaria.

Si el General caía, caería con él.

El afecto que le prodigaba a Víctor Elías Gil López y a su hija era mayor al que alguna vez había sentido por su familia de sangre, su primo tenía razón, ya había olvidado y desgajado de su corazón aquella época de su vida. Sus tiempos y recuerdos felices eran en la base y sus adyacencias.

El General había suplido y llenado el rol que su padre biológico nunca pudo, siempre ocupado en asuntos políticos, queriendo ayudar a todos y olvidándose de su casa, de su esposa y de sus hijos. El niño David en algún tiempo tuvo un hermano, que murió a causa de una fiebre, una cosa muy simple y que su padre pudo haber solucionado de estar en casa.

Pero, nunca estaba.

En cambio, el viejo, como solían llamarlo, pese a sus muchas ocupaciones, siempre comía con ellos, cuando lo tomo por pupilo, supervisaba sus entrenamientos, aun en sus peleas allí estaba él mirándolos. Se sentía orgulloso de ser la mano derecha del General, ser digno de la confianza de un hombre que no confiaba en nadie y sobre todo orgulloso de pertenecer a la familia Gil López.

Amaba a Zohe con locura, aunque no podía decir que cantidad de amor, era romántico y que tanto era amor filial. Cuando se crece junto a alguien se hace difícil distinguir esos dos. No podía explorar el amor físico con ella, eso le había quedado claro, la única vez que sucedió, aún eran adolescentes, pese a que Zohe le había correspondido en sus besos torpes y caricias nerviosas, se había desprendido con tanta violencia que por poco le disloca la mandíbula.

El recuerdo le hacia sonreír. Nunca más había intentando tocarla, no de esa forma; cuando fue a visitarla al hospital después del accidente, la vio allí en coma, su corazón se estremeció de dolor y de pesar al imaginar perderla, haría todo lo posible por mantenerla con vida, a su padre y al legado de los Gil López.




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