La rendición del estado Andino llegó ese mismo día en horas de la tarde, con la noticia de que el General Martínez había muerto, así como la mayor parte de su familia, había un nuevo líder que procuraba la paz con el Zulia, lo único que pedía a cambio era la liberación del hijo menor del fallecido general.
Se acordó una reunión en la ciudad de Maracaibo, donde se firmarían los tratados.
Después de esto, el general mandó a reunir a Zohe y a González como era costumbre, en su oficina.
—Mi momento ha llegado —les anunció.
De cierta forma había un asomo de sonrisa.
—¿De qué hablas padre?
—Me voy al Jepira. A la morada eterna de los indígenas de estas tierras.
—Señor, ¿A qué se refiere? —preguntó con consternación González.
«Aunque cuesta admitirlo, ya estoy cansado de todo esto, el pueblo me odia, si al menos me respetara, no me hubieran traicionado de semejante forma. Esto no es propio de los hombres como yo, pero más allá de eso, siento que es el momento de salir con la frente en alto y entregar mi legado. No me iré sin resolver algunos asuntos pendientes, tanto en infraestructuras civiles y militares, así como ajusticiamientos, sentencias y otras cosas. Además, querida hija, tengo el premio por tu triunfo, Marcos Aponte, hijo ilegítimo del General Martínez, fungirá de moneda de cambio del estado Andino.
Zohe no podía creer lo que escuchaba. Más que la noticia de que Marcos siguiera vivo (ni siquiera le interesaba la venganza), era que su padre fuera a deponer su cargo.
—Señor, ¿Quién asumirá el mando?
—Tú —respondió el general mirando fijamente a González.
—Señor, no estoy preparado —todo el cuerpo del aludido estaba tenso.
—No hay nadie mejor preparado para esto que tú. Has crecido a mi sombra, sabes de los vicios del poder, además confío en que lo harás mejor que yo. A Zohe le falta aún mucho por aprender, espero que en algún punto sea su momento, pero aún le falta — sentenció. González estaba en un mutismo, como si su vida estuviera pasando delante de sus ojos.
Y así era.
Un torbellino de imágenes corrían delante de sus ojos.
Zohe asintió, estaba de acuerdo.
—Ahora, espero que entienda que las transiciones no son fáciles, pero a ti, González, te tienen en gran estima, eres hijo de esta tierra la representación de lo que un hombre debe ser, según tus ancestros.
—Sí, sólo le faltan las mujeres y los chivos —se burló Zohe.
González se rio, saliendo de su estupor. El general los acompañó en una risa genuina. Rompiendo la tensión del momento.
—Procura dejar descendencia hijo.
Zohe se sintió incómodamente aludida ante ese comentario.
—Así será Señor.
Así se acordó la transición de mandos en una oficina privada, con solo un testigo.
Transición que llegó dos años más tarde, entre tantos registros que tienen los regímenes militares es que la transacción de poder se da a dedo. Como Vigilo vaticinó, el cambio fue bien aceptado. González a sus casi 35 años, era la representación digna de un hombre guajiro. Había permanecido a su lado en el peor momento y aunque no hubiera aspirado al poder, podría con el y estaba al tanto de todo lo que ocurría en el Estado.
Zohe siguió escalando de rango militar y cada vez demostraba más ímpetu y determinación. Al General le complacía saber que esos dos se apoyarían mutuamente, incluso podía empezar a notar un acercamiento afectivo entre los dos, una amabilidad que florecía como los curarires después de las primeras lluvias. Sonrisas cómplices y caricias que pretendían pasar desapercibidas.
Si algo trae consigo los momentos de adversidad es la comprensión plena de quienes a tu alrededor realmente te aman, y esos dos habían demostrado con creces su amor.
El general Vigilo, partió a su retiro una mañana de mayo, cuando los días eran más calurosos, se llevó apenas una talega del ejército. González y Zohe lo dejaron en las blancas playas de Cojoro, desde donde empezaría a caminar hacia la sierra que los wayuu llamaban Jepira, la tierra del más allá, la morada eterna.
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Editado: 28.07.2025