Demasiado Torpe Para Enamorarme

Capítulo 6

El lunes llegó con su aroma a tinto recalentado en la cocina, las quejas de Samuel porque la ruta del bus siempre pasaba tarde y el sermón de Thomas porque yo llevaba los cordones desamarrados. Nada fuera de lo común. O eso creía, hasta que crucé la puerta del instituto y me encontré con un mural lleno de carteles fluorescentes que gritaban en mayúsculas:

“GRAN FIESTA DEL INSTITUTO – ESTE VIERNES – TODOS INVITADOS”

Me quedé mirándolo como si fuera una sentencia de muerte disfrazada de anuncio colorido. Los globos dibujados alrededor parecían burlarse de mí.

—Oh, no —murmuré.

—¡Oh, sí! —dijo Sofía, apareciendo a mi lado como una ráfaga de entusiasmo.

—Ni lo pienses —respondí, intentando escapar antes de que empezara.

Pero Sofía ya me había agarrado del brazo. —¡Danna, es la fiesta del año! Luces, música, comida gratis… y Dayron.

—¿Por qué tenías que agregar ese “y Dayron” al final? —bufé, aunque mi estómago ya había empezado a hacer maromas.

—Porque es la parte más importante, querida —sonrió ella, arrastrándome por el pasillo—. Esta es tu oportunidad de brillar, de mostrar que no solo sabes estudiar en la sala de tu casa.

—Yo no brillo, Sofía. Como mucho, hago que las lámparas parpadeen de los nervios.

—Pues esta vez vamos a hacer que parpadeen todas —sentenció, como si fuera una entrenadora personal.

Más adelante, Samuel nos alcanzó, comiéndose un pan de yuca que seguramente había comprado en la tienda de la esquina.

—¿Ya vieron el anuncio? —preguntó con la boca llena—. Voy a ser el alma de la fiesta.

—Samuel, eres el alma del desastre, no de la fiesta —le corrigió Thomas, que venía detrás, con cara de fastidio.

—¿Y cuál es la diferencia? —replicó Samuel, tan feliz que nada podía apagarlo.

Yo, en cambio, deseaba que el suelo se abriera y me tragara. Una fiesta era la receta perfecta para mi autodestrucción: música alta, gente bailando, yo tropezando con mis propios pies… y Dayron ahí, probablemente destacando como siempre.

Y como si el universo se divirtiera conmigo, en ese momento apareció él al final del pasillo, riendo con un par de compañeros de once. Tenía ese aire tranquilo de siempre, pero su sonrisa iluminaba todo.

—Mira quién viene —susurró Sofía, clavándome el codo en las costillas.

Yo desvié la mirada de inmediato, aunque mis oídos ardían como si hubiera estado corriendo bajo el sol.

Dayron se acercó con calma, saludando a todos, y cuando pasó junto a mí dijo:

—¿Vas a ir a la fiesta, Danna?

Me congelé. No estaba preparada para esa pregunta. No estaba preparada para nada, en realidad.

—Eh… yo… no sé… —balbuceé, deseando que una alarma de incendio sonara justo en ese instante.

Él sonrió, sereno, como si no esperara una respuesta clara. —Seguro será divertida.

Y siguió su camino, dejándome ahí, con Sofía riendo, Samuel masticando como si todo fuera un espectáculo y Thomas negando con la cabeza, resignado.

Yo me llevé las manos a la cara. Ya lo sabía: esa semana iba a ser un infierno de nervios.

Toda la mañana Sofía no habló de otra cosa. Ni de matemáticas, ni de tareas, ni de que el profesor de historia parecía un vampiro que sobrevivía gracias al café. No. Solo fiesta, fiesta, fiesta. Y claro, mi nombre siempre estaba en medio de cada plan descabellado.

En el descanso, cuando yo intentaba concentrarme en mi empanada de pollo (que ya se me estaba enfriando), ella sacó su cuaderno y comenzó a escribir algo en letras gigantes: “Operación: Fiesta sin catástrofe”.

—¿Qué demonios es eso? —pregunté, con la boca llena.

—Tu manual de supervivencia —respondió con seriedad fingida—. Porque conozco a mi mejor amiga y sé que si no te preparo, terminas escondida en el baño toda la noche o, peor, cayéndote en la pista de baile delante de Dayron.

—Eso no pasaría… —intenté defenderme.

—¿Recuerdas el recreo de hace dos semanas? —

—Eso fue un tropiezo pequeño.

—Te caíste de la banca sin que nadie te empujara, Danna. Y encima gritaste “¡maldito piso resbaloso!” cuando estaba seco.

No tuve argumentos. Me limité a morder la empanada con rabia, como si fuera Sofía la culpable de mi torpeza crónica.

Samuel, que siempre llegaba en el peor momento, apareció con un jugo en la mano.

—¿Qué es ese título gigante? —preguntó, inclinándose sobre la mesa.

—El plan maestro de Danna para sobrevivir a la fiesta —explicó Sofía.

—¡Ah, fiesta! —Samuel sonrió como si le hubieran dicho que regalaban helado gratis—. Yo ya tengo lista mi coreografía.

—¿Coreografía? —preguntó Thomas, que había llegado en silencio y se sentaba al lado con cara de aburrido.

—Sí, obvio. Voy a deslumbrar a todos con mis pasos de “pollo épico” y “caballito intergaláctico”.

—Por favor, no —murmuré, llevándome la mano a la frente.

—Por favor, sí —corrigió Sofía—. Esto se está poniendo interesante.

Thomas solo bufó y abrió su libro, como si con eso pudiera apartarse del desastre.

Mientras tanto, Sofía seguía escribiendo en su cuaderno:

  1. Ropa: nada de camisas gigantes que parezcan pijamas.

  2. Zapatos: que no sean los que usas para correr detrás de las gallinas en la finca.

  3. Peinado: algo decente, no esa coleta que parece haber sobrevivido a un huracán.

  4. Práctica de baile: mínima, para no fracturar tobillos.

—¿Me estás haciendo una lista? —pregunté indignada.

—No. Te estoy salvando la vida social —respondió sin mirarme, concentrada en su misión.

Samuel se inclinó hacia mí y susurró:

—Yo creo que igual vas a terminar cayéndote. Pero al menos caerás con estilo.

Le lancé mi servilleta, que le pegó directo en la cara. Sofía casi se muere de la risa.

El resto del recreo fue un debate intenso sobre mi “look” para el viernes. Sofía proponía vestido ligero con zapatillas cómodas, Samuel sugería “algo brillante que parezca discoteca portátil”, y Thomas opinó que todo era una pérdida de tiempo. Yo solo quería desaparecer.




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