Demasiado Torpe Para Enamorarme

Capítulo 7

El lunes después de la fiesta fue como despertar de una pesadilla y una comedia al mismo tiempo. Yo entré al instituto con ojeras que podían tener código postal propio y con la firme decisión de evitar todo tipo de contacto visual con Dayron, Sofía y, sobre todo, Samuel.

—Tranquila, te ves… decente —dijo Sofía al verme, con una sonrisa que era la definición gráfica de sarcasmo.

—Gracias, necesitaba que me lo dijera la mismísima crítica de modas del barrio —repliqué, ajustando la correa de mi mochila.

Samuel apareció de repente, como siempre, con la sutileza de una trompeta desafinada.
—¡Hey, la reina del baile llegó!

—Ni fui reina ni bailé bien —respondí seca, intentando seguir mi camino.

—Claro que sí, pisaste a Dayron tres veces. Eso es lo que yo llamo dejar huella —soltó, tan orgulloso de su chiste que casi le aplaudo por su propio atrevimiento.

Sofía rodó los ojos. —Samuel, un día te van a demandar por exceso de estupidez.

—Pues prepárate para defenderme, abogada del diablo —contestó, dándole un mordisco a un pan que sacó de quién sabe dónde.

Y ahí estaba Thomas, en la esquina, leyendo un libro como si el apocalipsis llegara mañana y él estuviera demasiado ocupado con el prólogo.
—Qué deprimente ver cómo su definición de “fiesta inolvidable” es tirarse gaseosa encima y caerse en público —dijo sin levantar la vista.

—Gracias por tu apoyo emocional, hermano. Me conmueve —respondí con voz teatral.

Él levantó una ceja, todavía sin mirarme. —Lo intento.

El pasillo era un caos: alumnos que comentaban la fiesta, rumores de quién bailó con quién, y en medio de todo eso, yo intentando pasar desapercibida. Obviamente, el universo no coopera conmigo.

Dayron apareció caminando con su grupo de siempre. Se veía fresco, como si hubiera dormido diez horas y tomado vitaminas de calma zen. Yo, en cambio, parecía haber sobrevivido a un naufragio.

—Hola, Danna —me saludó con esa serenidad criminal que me hacía sentir más nerviosa.

—Hola —respondí rápido, pero Sofía, traidora como siempre, no se quedó callada.

—No sabes lo bien que bailaron estos dos en la fiesta —dijo, casi gritando.

Yo quería matarla. Samuel, por supuesto, no perdió la oportunidad.
—Sí, fue mágico. Ella lo pisó, él sonrió, ella se tropezó, él la sostuvo… parecía una versión barata de Titanic, pero sin barco y con menos glamour.

Dayron se rió, y esa risa suya fue como gasolina para mi bochorno.

—Bueno, al menos sobrevivimos al baile —respondió él, lanzándome una mirada cómplice.

Yo sentí que el piso me reclamaba como propiedad suya.

Cuando entramos al salón, la profesora anunció que esa semana habría un proyecto grupal de ciencias. El murmullo fue instantáneo: quejas, súplicas, promesas de tragedia. Y claro, el destino no iba a dejar pasar la oportunidad de torturarme.

—Formen grupos de cinco —dijo la profesora.

No tuve tiempo de moverme. Sofía ya me había agarrado del brazo, Samuel se pegó como chicle, Thomas nos miró con resignación y Dayron… Dayron simplemente se unió al grupo como si fuera lo más natural del mundo.

Cinco. Exactos. El universo acababa de firmar mi sentencia: una semana entera con ellos.

Si la palabra “caos” pudiera dibujarse, sería exactamente nuestra mesa de trabajo en el salón de ciencias. Había papeles arrugados, marcadores sin tapa, libros abiertos en páginas equivocadas y, en medio, Samuel jugando con un gotero como si fuera un científico loco.

—Esto es fácil, solo necesitamos organización —dijo Sofía, con voz de general del ejército.

—Error —replicó Thomas, cruzado de brazos—. Lo que necesitamos es milagros.

Yo me limité a garabatear mi cuaderno, esperando que la tierra me tragara antes de que Samuel decidiera incendiar el laboratorio.

—¡Miren! —exclamó Samuel de repente, levantando un vaso con agua y colorante—. Inventa-cóctel fluorescente.

—Eso no sirve para nada —dijo Thomas, sin levantar la vista de su libro.

—¡Sirve para la moral del grupo! —respondió Samuel, bebiendo un sorbo y sacando la lengua azul.

—Excelente —ironizó Sofía—. El mundo necesitaba ver tu lengua en HD.

Yo no pude evitar reírme, aunque traté de disimularlo para no motivarlo más.

Dayron, tranquilo como siempre, tomó un marcador y se inclinó hacia mí.
—¿Quieres que hagamos el diagrama juntos? —me preguntó, ignorando por completo el circo alrededor.

—Sí, claro —respondí, aunque mi mano temblaba tanto que casi dibujo un garabato en lugar de una línea.

Mientras tanto, Sofía intentaba leer las instrucciones en voz alta.
—“Construyan un modelo simple de reacción química…”

—Traducción: jueguen a ser alquimistas —interrumpió Samuel, juntando vinagre y bicarbonato en un vaso sin ningún control.

—¡No! —grité, pero ya era tarde. El vaso burbujeó y la espuma blanca se desbordó por toda la mesa.

Sofía se levantó de golpe. —¡Te dije que no lo tocaras!

—Es ciencia en acción —respondió Samuel, con una sonrisa orgullosa.

Thomas bufó. —Es estupidez en acción.

La profesora pasó cerca y nos lanzó una mirada asesina. Yo me hundí en la silla, deseando ser invisible.

Dayron, en cambio, tomó otra hoja limpia y me la pasó.
—Tranquila, rehagamos el diagrama.

Yo asentí, y por un segundo sentí que el ruido alrededor no importaba. Estábamos solo nosotros dos, lápiz en mano, dibujando líneas torcidas pero nuestras.

Claro, el momento no duró mucho. Sofía volvió a sentarse, frustrada.
—Voy a escribir el informe. No pienso dejarlo en manos de ustedes.

—Gracias —dijo Thomas—. Finalmente alguien responsable en este circo.

—¡Oye! —protesté—. Yo también puedo escribir.

—Sí, pero te distraes cada vez que Dayron respira —soltó Sofía sin filtro.

Casi me atraganto con mi propio aire. Dayron sonrió bajito, sin decir nada, y Samuel golpeó la mesa con emoción.




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