Demasiado Torpe Para Enamorarme

Capítulo 9

El amanecer en la finca no tuvo compasión. Entre el canto desafinado de los gallos, los perros ladrando a cualquier sombra y Samuel tocando una cacerola como si fuera tambor militar, el día empezó con más ruido del que mi cabeza podía tolerar.

—¡Arriba, tropa! —gritó Samuel, sacudiendo la olla como si estuviera en desfile—. ¡Hoy tenemos trabajo pesado!

—¿Trabajo pesado o tortura programada? —pregunté desde la cama, con la voz medio enterrada en la almohada.

Sofía entró detrás de él, con un balde de agua que, según ella, “era solo para emergencias”, pero todos sabíamos que podía terminar en mi cara si me hacía la dormida.

—Vamos, Danna. Si no arrancamos temprano, la finca se nos viene encima. —Y añadió, con su sonrisa traviesa—: Además, seguro quieres impresionar a cierto alguien.

Me levanté de golpe, roja como un tomate.
—¡No digas tonterías!

Samuel, por supuesto, aprovechó para hacer una trompetilla burlona.
—¿Quién, quién, quién? ¡Digan nombre!

—Cállate, payaso —le lancé la almohada, que él atrapó como si fuera arquero de fútbol.

Entre bromas y quejas, terminamos todos en el patio, repartidos en tareas que parecían sacadas de una lista de castigos medievales: recoger leña, limpiar el gallinero, cargar canastas de naranjas, cortar maleza.

Yo terminé con la misión suicida de cargar agua desde el pozo hasta los bebederos de los animales. El balde pesaba como si tuviera piedras y, para rematar, cada dos pasos tropezaba con una raíz o con mi propia torpeza.

—¿Necesitas ayuda? —la voz tranquila me llegó desde atrás.

Me giré y ahí estaba él, con las mangas arremangadas, el cabello revuelto y esa expresión serena que parecía inmune al calor, al cansancio y a mis nervios.

—No, puedo sola —mentí, mientras el balde amenazaba con volcarse.

Dayron arqueó una ceja, como si no me creyera ni una palabra. Tomó el balde con una mano, como si no pesara nada, y caminó a mi lado sin hacer ningún comentario.

Lo odié un poquito por lo fácil que le resultaba. Y lo amé un poquito más por no burlarse de mí.

Mientras tanto, Sofía y Samuel discutían sobre quién trabajaba más lento, hasta que Sofía lo acusó de esconderse entre los arbustos para no cortar maleza. Thomas, como siempre, trataba de mantener un orden que nunca existió.

Yo, en cambio, estaba atrapada en mis propios pensamientos. Cada vez que Dayron me ayudaba, sentía una mezcla rara de gratitud y frustración. ¿Me veía como a una niña torpe que necesitaba ser cuidada? ¿O había algo más en esa manera silenciosa de estar siempre ahí?

La duda me mordía más fuerte que el cansancio.

Y mientras lo miraba cargar el balde con facilidad, no pude evitar preguntarme:
"¿Algún día me verá como yo lo veo a él?"

La jornada avanzó como una mezcla de circo y campo de entrenamiento militar. Samuel, armado con un machete que apenas sabía sostener, insistía en que podía cortar maleza “como todo un héroe campesino”. La realidad: no lograba ni atravesar las hierbas altas, y cada vez que levantaba el brazo parecía más cerca de perder un dedo que de limpiar el terreno.

—¡Miren mi técnica! —gritó, haciendo un movimiento exagerado que terminó con él cayendo de espaldas.

Sofía y yo casi nos doblamos de la risa.
—La única técnica que tienes es la de hacer reír a las vacas —le dijo ella, mientras trataba de ayudarlo a levantarse.

—¡Cállense! —refunfuñó Samuel, sacudiéndose la tierra del pantalón—. Estoy ahorrando energía para los golpes estratégicos.

—Claro, claro —respondí, aunque mi sonrisa se borró rápido cuando noté que Dayron estaba a unos metros, recogiendo leña con calma, como si nada pudiera alterarlo.

Lo observé un rato demasiado largo. Él no se dio cuenta… o sí, y simplemente fingió que no. Esa duda me mordía por dentro. Yo era la torpe, la que se enredaba hasta en sus propios pensamientos; él, en cambio, parecía una roca, estable, paciente, imposible de mover.

—¿Qué miras? —susurró Sofía, que de pronto apareció a mi lado, con esa sonrisa maliciosa que tanto miedo me da.

—Nada —contesté rápido, demasiado rápido.

—Ajá. Ese “nada” suena sospechosamente a “todo”.

Me mordí el labio. Ella no quitaba esa expresión de detective del amor.
—¿Nunca te cansas de meterte en mis cosas?

—¿Y perderme de esta telenovela en vivo? Ni loca.

Antes de que pudiera seguir molestando, Samuel gritó desde el otro lado del potrero:
—¡Chicas, necesito refuerzos! ¡Este arbusto está poseído!

Nos giramos y lo vimos enredado hasta la cintura en un montón de ramas secas, como si la naturaleza hubiera decidido vengarse de él. Thomas lo observaba desde cerca, con los brazos cruzados, negando con la cabeza.

—¿Por qué siempre terminamos rescatando a Samuel? —me quejé, mientras corríamos hacia él.

—Porque sin él, la vida sería aburrida —contestó Sofía entre risas.

Cuando por fin logramos sacarlo de las ramas (con más esfuerzo del que admitiré jamás), yo ya estaba sudando a chorros. Me senté en una piedra, jadeando, y entonces lo sentí: una sombra proyectándose sobre mí.

—Toma —dijo Dayron, extendiéndome una cantimplora.

Lo miré un instante antes de aceptar. Bebí agua con tanta sed que casi me atraganto. Él no dijo nada, solo esperó pacientemente hasta que recuperé el aire.

—Gracias —murmuré, intentando sonar normal.

Él asintió y se apartó, volviendo a su tarea. Ni una palabra más. Solo ese gesto simple, pero tan cargado de sentido que me dejó más confundida que nunca.

"¿Y si solo es amable? ¿Y si no significa nada?" pensé, abrazando las rodillas.

Sofía, que nunca deja pasar un detalle, se inclinó hacia mí y susurró al oído:
—Ese chico te ve como si fueras más de lo que tú misma crees.

Me puse roja hasta las orejas.
—Cállate.

—No, en serio. No lo has notado porque estás demasiado ocupada tropezándote con tus propios pensamientos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.