Demasiado Torpe Para Enamorarme

Capítulo 10

El canto de los gallos me despertó antes de lo previsto. Tenía la sensación de no haber dormido nada: la cabeza llena de preguntas, la piel cargada de recuerdos del día anterior, y el corazón pesado, como si hubiera corrido kilómetros en sueños.

Cuando bajé a desayunar, el ambiente ya estaba cargado. Sofía sonreía como si supiera un secreto, Samuel golpeaba la mesa con una cuchara a modo de tambor y Thomas revisaba la lista de tareas que mamá había dejado pegada en la nevera. Todo parecía normal… hasta que Sofía abrió la boca.

—¿Ya se enteraron del rumor? —dijo, con esa voz cantarina que usaba siempre que quería llamar la atención.

Yo casi me atraganto con el aire.
—¿Qué rumor? —pregunté, tratando de sonar desinteresada, aunque el calor subió directo a mis mejillas.

—Que anoche alguien te vio hablando muy cerquita de Dayron en el corredor —respondió, como quien suelta una bomba y se queda a mirar la explosión.

Samuel dio un salto en la silla, con los ojos abiertos como platos.
—¡Lo sabía! ¡Por fin la novela se pone buena!

—¡Eso no es cierto! —me defendí, aunque claro que sí lo era. Habíamos estado en el corredor, hablando bajo, más cerca de lo normal.

Sofía se encogió de hombros, disfrutando mi agonía.
—Yo solo digo lo que escuché. No me culpes si ahora la finca entera anda con los ojos bien abiertos.

—¿Quién lo dijo? —insistí, desesperada.

—Eso no importa. Lo importante es que ya todos lo comentan —contestó, dándole un sorbo a su chocolate caliente, como si acabara de anunciar el clima.

Me hundí en la silla, con la cara ardiendo. Miré de reojo a Dayron, que estaba ahí mismo, en la cabecera de la mesa, sirviéndose café con la misma calma de siempre. Ni un gesto, ni una mueca, ni una señal de que las palabras de Sofía lo hubieran tocado.

"¿De verdad no le importa? ¿O lo oculta tan bien que jamás sabré qué piensa?"

Samuel, que nunca sabe callarse, empezó a golpear la mesa con la cuchara como si fuera juez en un juicio.
—Declaro oficialmente inaugurada la boda secreta de Danna y Dayron.

—¡Samuel! —grité, intentando lanzarle una servilleta, pero fallé.

Sofía estalló de risa, y Thomas soltó un bufido de fastidio.
—¿Podrían comportarse como personas normales por una vez?

—¿Y perderme el espectáculo? Ni loca —replicó Sofía, con un guiño en mi dirección.

Yo me cubrí la cara con las manos. Sentía que mi vida entera se estaba convirtiendo en una broma. Y mientras tanto, él seguía ahí, imperturbable, comiendo en silencio, como si ni los rumores ni las burlas fueran con él.

Después del desayuno, mamá nos repartió tareas: Sofía y Samuel debían limpiar la bodega, Thomas se encargaría del potrero, y a mí me tocó revisar la huerta. Cuando salimos al patio, Sofía se acercó con esa sonrisa maliciosa que ya conocía demasiado bien.

—No te pongas roja. Mira el lado bueno: si hablan, es porque ven algo.

—No hay nada —repliqué, con más fuerza de la necesaria.

—Claro, claro. “Nada” —repitió, haciendo comillas en el aire.

Samuel apareció con un costal vacío en la cabeza, fingiendo ser sacerdote.
—¡Los declaro marido y mujer de la finca! —gritó, y salió corriendo antes de que le lanzara una piedra.

Me llevé las manos al rostro. Sofía reía a carcajadas. Yo sentía que iba a explotar.

Cuando llegué a la huerta, intenté perderme entre las matas de tomate. Pero no había escape. Apenas me agaché a recoger un fruto, escuché pasos detrás de mí. Me giré, y ahí estaba él: Dayron, con las mangas arremangadas y un saco de herramientas en la mano.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó, con esa voz calmada que siempre me desarma.

—No… puedo sola —mentí, aunque mis manos temblaban sobre la rama.

Él no discutió. Se limitó a tomar otra fila de plantas y trabajar en silencio, como si no existieran rumores, burlas ni mis torpezas. Solo trabajaba, tranquilo, como siempre.

Pero yo no podía. Mi cabeza ardía.
"Crecer duele", pensé, apretando el tomate con tanta fuerza que casi lo aplasté. "Duele porque no sé si estoy lista para lo que siento. Duele porque los demás se ríen, y él calla. Duele porque no sé qué significa ese silencio."

La mañana avanzó con un aire extraño, como si todos supieran algo que yo no. Cada vez que cruzaba el patio, sentía ojos en mi espalda. Quizás era mi imaginación, quizás no. Pero en mi cabeza los rumores se repetían como eco: “Danna y Dayron, Danna y Dayron…”.

Sofía, que parecía disfrutar del drama, apareció con una libreta en la mano y cara de estratega militar.
—He diseñado un plan anti-rumores —anunció con solemnidad, como si acabara de descubrir la vacuna contra una epidemia.

—Ni lo empieces —le advertí, cruzando los brazos.

—Demasiado tarde. —Abrió la libreta y empezó a enumerar—: Paso uno, actúa como si nada pasara. Paso dos, sonríe siempre, porque la gente sospecha más de las caras largas. Paso tres, y este es el más importante: jamás, bajo ninguna circunstancia, te quedes a solas con Dayron en los corredores oscuros.

—¡Eso no es un plan, es tortura! —protesté, sintiendo que la sangre me subía a la cara.

Samuel se asomó detrás de ella, con una caja de herramientas en la cabeza como si fuera casco.
—¡Yo seré tu guardaespaldas oficial! —gritó, golpeándose el pecho como héroe de película barata.

—Tú ni siquiera puedes protegerte de una gallina —le recordó Sofía, entre risas.

Yo no sabía si reír o llorar.
—¿No pueden simplemente dejar de molestarme?

—¡No! —contestaron al unísono, y siguieron caminando delante de mí como si fueran mis escoltas.

Cuando llegamos a la zona de la cerca, Thomas ya estaba clavando estacas nuevas con la precisión de siempre. Dayron, por su parte, cargaba maderos con calma, sin decir palabra. Sofía y Samuel se pelearon por el martillo más pequeño, y yo me quedé en medio, sintiéndome como un satélite que giraba alrededor de todos sin saber dónde encajar.




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