「Demencia delirante」
Capítulo I: No la ignoren.
«Estamos dormidos. Nuestra vida es un sueño. Pero a veces despertamos, solo lo suficiente para saber que estamos soñando.»
—Ludwig Wittgestein.
27 de Mayo del XXX. 07:06 am.
Archivo 00256 [Abierto] Caso 553
"El sujeto se presentó con enajenación severa, cree ser quien no es, actúa como quien no fuere, busca a quien no debe. Sufre, en términos más coloquiales; delirios mentales..."
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Todos están mal, me quieren matar, nos quieren matar, a nadie le importamos, nadie nos cree, el mundo es nuestro enemigo: solo nos tenemos el uno al otro.
Desde pequeños ha sido así, ella siempre me ha acompañado, estando junro a mí incluso antes de nacer.
Mi amada es bonita, hermosa, maravillosa; todos los adjetivos de belleza y gracia le quedan; es mi preciosa princesa. De cabellos dorados, largo como el amanecer en contraste con su piel de porcelana, de mirada esmeralda y figura acentuada.
Parecida a los ángeles, igual de celestial que estos, siendo como el mismo sol, su nombre: Arleth Bustamante.
Mi pequeña hermana, mi amor prohibido, mi vida entera.
Ella lo es todo para mí y, pese a que algunos quieren separarnos, nunca lo han logrado. Ni lo harán.Pues nuestro destino es estar juntos, atado por la eternidad.
Así que no importa lo que hagan, ni los recursos que usen, es imposible siquiera pensar en nosotros por separado.
Desgraciadamente, no puedo evitar quelo sigan intentando, ¿por qué el mundo se empeña en dividirnos?
Y por lo mismo estamos de vuelta en este mldito lugar.
—Bueno, empecemos —decía un idiota de cabellos marrones con una odiosa sonrisa. Vuelvo a la realidad, desvió mi mirada del punto perdido que estaba viendo para girar hacia Arleth, sujetando su mano. — ¿Cómo has estado? —la misma fastidiosa pregunta de siempre.
—Como la última vez que estuve aquí —respondo con desdén sin digarme a verlo, sabiendo que era la única forma de soportar esta tortura.
— ¿Y cómo es eso? —alza una ceja cuestioname.
—Perfectamente bien —empiezo a hartarme.
—Pues no se nota —me contesta y una risa cínica sale de mi boca— ¿Y cómo está ella?—voltea sus ojos al asiento que a lado mío.
— ¿Por qué no le preguntas tú?—preguntó pedante—. ¿O a caso la mente no te da para más?
—Sabes que no me responde. —suspira cansado. En cambio, sonrío con autosuficiencia.
—Es que tu cara de idiota la asusta —presiono su mano y la miro sonriente—. ¿No es así princesa? —en respuesta me sonríe de vuelta, pero al instante agacha la mirada cubriendo sus mejillas sonrosadas entre sus cabellos. Tan adorable como siempre.
—No me ignores, estamos en una sesión —rebate en un absurdo intento de pretender ser serio.
—Cállate —ordeno.
—No te dejaré en paz hasta que acabemos la sesión —advierte.
—Púdrete.
—No lo hagas más difícil —trata de persuadirme—. Lo hago por tu bien.
— ¡¿Por mi bien?! Dirás: por nuestro bien —me levanto, hastiado de su palabrería, soltando a Arleth y azotando las manos en el escritorio del doctor Méndez— ¡¿Por que siempre la ignoran?! ¡¿Por qué no la toman en cuenta?! ¡¿No ven que la lastimas?! —grito exasperado desargando toda mi ira y fustración en ese mueble de madera.
—T-tranquilízate...—balbucea nervioso.
— ¡No me quiero tranquilizar! —lo tomo por el cuello y con violencia lo acerco a mí, alzándolo bruscamente de su asiento—. Desde niños ha sido así, ¡ya me cance de sus estupideces! —y era verdad. Desde pequeños siempre ha sido así por eso mi cansancio.
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Arath y Arleth: 7 años.
En un parque lleno de árboles frondosos se encontraban dos infantes jugando en el sube y baja, eran una niña y un niño que cursaban la escuela primaria. Ambos rubios, de la misma edad y con ropas similares. Se ve que se divertían, pues cada vez que se balanceaban estallaban en risas. A lo lejos, se encontraban otros niños jugando con una pelota, corriendo de un lado a otro. Parecía que ignoraban a los gemelos, cosa que no era un gran problema para estos que estaban en su propio mundo.
—¿Te diviertes princesita? —preguntaba el morocho a la niña que estaba en ese momento abajo. La pequeña en respuesta le sonrío y asitió con alegría, logrando que el pequeño varón sonriera aún más.
—¿Vamos a los columpios? —sugerió a la niña, obteniendo una negativa de su parte—. Está bien, a mí también me gusta más este juego —finalizó y le guiño un ojo juguetón, causando la aparición de tonos rojizos en las mejillas de la chica que competian con el color de las manzanas.
Tan enfrascados estaban en aquel juego que no notaron la presencia de tres críos, los cuales observaban curiosos y asombrados aquella escena.
—Ejem —carraspeó uno de los tres —: ¿Quieres jugar con nosotros?
— ¿A quién le estás preguntando?—indagó el blondo arrugando el entrecejo.
—Pues a ti, no hay nadie más aquí. ¡Dah!—es el otro chico el que le contestó en deje sarcástico.
—Bobo, ¿no ves que estoy con mi hermana menor? —toda su alegría se había esfumado para pasar a la molestia.
—Bobo tú, loco, ¿no ves que estás más solo que un calcetín? —ese era el último de los chiquillos quien con enojo le reprochó—. Eres un tarado, estamos aquí, tratando de integrarte porque das penita al estar solo, ¡y nos insultas!