Ya con él montado en el coche y en el asiento del copiloto, me dispongo a arrancar el coche.
A los dieciséis años fue la primera vez que conducí un coche, y solo fue porque mi hermana y yo estábamos aburridas y nos dió por coger el coche de papá.
El pequeño accidente de chocarlo contra una farola nos llevó a estar castigada durante una semana, pero fue divertido haberlo intentando.
Pero en estos momentos lo importante es no chocarme con nada y poder llegar a mi casa sanos y a salvo.
— ¿Sa... Sabes conducir?— Aaron habla con voz muy débil.
Sus ojos se fijan en mi y yo lo noto por el espejo. Niego sonriendo de lado.
— No rías.— gruñe llevándose las manos a la zona dañada. Miro de reojo su camiseta aun más roja siendo de un color gris oscuro.
En todo el camino ninguno de los dos dijo algo más. Yo solo estaba concentrada en los pasos que tenía que hacer para que no sucediera nada.
Esto se sentía bien y a la vez raro. Estar con el chico que más de una vez ha intentado matarme es de locos. Por eso mismo creo que estoy loca, pero no me perdonaría en la vida dejarlo morir pudiendo hacer algo para impedirlo.
Paro en un semáforo en rojo y observo la gente feliz andando por la calle. Niños corriendo y sonriendo, otros llorando, personas mayores con sus familiares, otros absortos, pensando en nada y en todo a la misma vez.
En unos minutos llegamos a mi casa. Abro mi puerta para salir, rodeo el coche y abro la de Aaron.
Me acerco a él para ayudarlo a salir del coche, pero al extender su mano noto lo que quiere decir.
— Ve y abre la puerta.— aparta la mirada de mis ojos, y yo sin protestar hago lo que me dice.
Abro la puerta y entro en la casa para dejar las llaves en la mesita de la entrada.
Salgo al exterior y me quedo embobada al ver como sale del coche con el rostro totalmente serio. No hace muecas, solo mantiene sus manos en su abdomen.
Cierra la puerta del coche y sube la mirada fijándola en la mía. Me quedo estática viendo como poco tiempo después pasa por delante mía con los ojos decaídos.
Cierro la puerta una vez estamos dentro y me encamino a la cocina para coger el botiquín de primeros auxilios. Camino hasta el salón encontrándolo tendido en el sofá y con los ojos cerrados.
— Necesitas que te cure la herida.— digo sin apartar la mirada de él.
No abre los ojos, no se mueve, así que me tomo eso como un "adelante".
Con cuidado desato el nudo de la camiseta que coloqué y la dejo en el suelo consiguiendo que se llene un poco de sangre.
— ¿Cuántos años tienes?— pregunta dejándome anonadada.
Sigue en la misma postura. Lleno un trozo de algodón con agua oxigenada. Levanto la camiseta gris dejándome ver su fuerte y trabajado cuerpo con algunas marcas.
Respiro hondo intentando no pensar en lo que le pudo pasar. Paso el algodón mojado por la zona en la que la bala se incrustó.
— Dieciocho.— pronuncio al ver como sus ojos se apretan con fuerza.— ¿Y tú?— sus ojos se abren fijándose en los míos.
Nunca lo dijo...
Bajo la mirada un poco asustada por la intensidad en la que me miran sus ojos.
— Ahora vengo.— me levanto del suelo y camino a pasos rápidos a un pequeño cuarto en el que mi padre tiene múltiples utensilios de todo tipo.
Miro las metálicas estanterías y me acerco a una de ellas cogiendo una pinza para extraer la bala y un cacharro en donde echarla.
La cierro con llave y camino de nuevo al salón posicionándome donde estaba anteriormente.
Antes de que él pueda reaccionar introduzco la pinza en su piel cogiendo la bala y sacándola con sumo cuidado.
Sus gritos hacen que mi mano tiemble y la bala caiga al suelo. La cojo rápida con la mano y la coloco en la cajita.
Cojo el otro trozo de algodón y lo paso rápida por la zona quitando la sangre. Con la gaza rodeo su abdomen.
Achico los ojos al observar de nuevo algunas cicatrices. Con mi dedo índice rozo su piel con suavidad. Trago saliva sintiendo mi corazón latir con fuerza.
Reacciono y alejo mi mano rápida, pero él me la coge sin fuerza y niega con la cabeza.
— No pares.— mi ceño se frunce al escuchar sus palabras.
Una melodía comienza a sonar y Aaron se mueve sacando el móvil del bolsillo de su pantalón.
Lo lleva a su oreja y comienza a hablar.
— Surgió un imprevisto.— dice mirando detrás mía.— Si, estoy bien.— no aparto la mirada de sus ojos.— No lo haré. Estate tranquila.— aleja el móvil de su oreja y me vuelve a mirar.
Me acerco a su cara al notar su pómulo hinchado y morado. No se cómo no me he podido dar cuenta antes.
— ¿Te duele?— llevo mi mano a su cara, pero antes de que lo toque me detiene.
Sus ojos se fijan en mis labios. Me pongo nerviosa. Nunca antes había estado en esta situación.