El invierno de nuevo había llegado. La lluvia caía encima de los coches, de los techos de las casas, de los paraguas que la gente llevaba para no mojarse.
El frío congelaba los cuerpos de una manera horripilante. Las gordas telas decoraban los cuerpos fríos.
Daisy arrugaba las finas mantas de la cama del hospital. El bebé había decidido nacer hoy. Un frío día de Enero.
La espera la estaba consumiendo. Estaba ansiosa por ver la cara de su princesa. Aquella bebé por la que tanto había luchado.
Esos nueve meses pasaron lentos. Con la ayuda de Natali y Dany pudo reencontrase con Payper y los demás.
Todo aquello fue... Extraño.
Luego de tanto tiempo pudo arreglar todos sus problemas, o la mayoría. No fue fácil, pero lo consiguió.
Sobre sus padres. Nunca más supo de ellos. Por una parte estaba bien, y por otra, también.
Su vida ahora era mucho mejor. Pero seguía esa espina en el corazón por la pérdida de Aaron.
A pesar de todo lo que vivió a su lado, nunca, nunca quiso su muerte, pero con el tiempo aprendió a pensar en él de una bonita forma. Guardando lo bueno y tirando al fondo del pozo lo malo.
Las enfermeras la hicieron montarse en una camilla para llevarla a la sala en la que tendría a su hermosa Hanna.
Daisy prefirió entrar sola. Ella solo quería que el padre de su hija estuviera ahí. Cogiéndole la mano mientras empujaba. Y ya que no podía ser así, nadie lo haría por él.
Sus ojos se fijaron el las gotas de agua que chocaban con el cristal. Sus dientes se empujaban unos con otros con fuerza.
— Duele.— susurró para sí misma.
Los médicos comenzaron a entrar en la sala con batas verdes. Una fina tela cubría sus bocas, narices y pelo. Sus manos estaban cubiertas por unos guantes del mismo color.
Su corazón sintió que era la hora y se aceleró.
Estaba aterrada. Miles de hipótesis pasaban por su cabeza de cómo saldría todo.
Estaba sola en ese momento, pero fue porque así lo quiso.
Sus ojos estaban cerrados cuando unos rasposos dedos rozaron su frente. Cuando sus ojos se abrieron, encontraron unos extraños ojos azules.
— Aaron...— susurró.
No podía creerse aquello. Pensaba que estaba alucinando. Que el padre de su hija no podía estar frente a ella.
Había muerto...
Su dura mano cogió la débil de ella y la apretó con delicadeza. Él quería que supiera que estaba ahí. Que no la iba a dejar sola en ese momento tan especial.
Aaron hizo lo mejor para ella y su hija. Desaparecer. Fingir su muerte.
Ese bote de pastillas frente al cuerpo de Aaron hizo creer a todos algo que no era. Incluso a ella.
Daisy comenzó a empujar como los médicos le decían. Aaron no apartaba sus ojos de ella.
Cualquiera que no conociera su historia, diría que eran la pareja perfecta, pero ellos mismos sabían que no era verdad.
La morena gritaba con varias gotas de sudor bajando por su frente. El frío había desaparecido para darle paso al calor.
Tiempo después, el lloriqueo de la hermosa Hanna comenzó a retumbar por toda la sala.
Aaron mostró una gran sonrisa bajo la fina tela. Daisy lloraba al compás de su hija.
La enfermera se la puso a Daisy encima.
Aaron presenció la hermosura de su hija. Esos labios iguales a los suyos, ese pelo oscuro de ambos. Las finitas cejas y nariz de su madre.
Y llegó el momento de desaparecer de nuevo.
Llego la hora de volver a dejarlas ir como el humo lo hace luego de ser expulsado por la boca.
Ver a su hija le había dado la felicidad que tanto esperaba, y él confiaba en su morena para cuidar de ella lo mejor posible.
Se quitó la fina tela que cubría su boca y nariz y le dejó un casto beso primero a Hanna y luego a Daisy, en la cual la miró por unos largos segundos.
— Te amo. Os amo.— susurró saliendo de la sala.
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Payper lloraba al ver a su hermosa sobrina junto a su hermana mayor. Izan miraba embobado la cara de su prima. Gara, Nathan y ahora el mayor Kai sonreían ante tal emoción. Gara, Dany y la pequeña Vania presenciaban la escena con alegría.
Todo había cambiado. Los presentes en la sala eran ahora una hermosa pero a la vez complicada familia. La mayoría de ellos no eran familia de sangre, pero sí de corazón.
Intentaron dejar de lado el pasado para poder seguir adelante con el presente. Y aunque a veces era bastante complicado, lo conseguían.
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De Daisy, para Aaron.
¿Por dónde empezar Aaron?
Mi vida ha cambiado mucho desde llegaste a ella. En un principio, todo lo malo llegaba gracias a ti, pero lo bueno también lo hizo.