Demons

2

—Vamos, Clary. O bajas ahora o me voy directo al colegio. Tú decides —responde con un tono retador, cruzada de brazos.

Oh, claro. Como si fuera tan fácil. ¿Dejar mi celular aquí? Si lo dejo, ¿cómo le voy a marcar para que sepa que ya salí? ¿Y si lee mis mensajes? No es que tenga algo que esconder… bueno, más allá de las tareas que me pasa Daniela. Nada del otro mundo. Pero igual, es mi privacidad. Por otro lado, si me quedo a buscar más tiempo, voy a llegar tarde. Y si hay algo que odio es ser el centro de atención. Lo único que detesto más que los lunes… es la impuntualidad.

Respiro profundo. Tengo que decidir rápido

¿Decisión difícil, no?

Nada de eso. Prefiero quedarme sin celular a odiarme toda la tarde por llegar tarde y ser el centro de todas las miradas.

—Está bien, tú ganas —dije, rodando los ojos—. Pero quiero mi celular de vuelta.

—No te prometo nada, sis —respondió, riéndose.

Rodé los ojos aún más, solo por el simple hecho del diminutivo en inglés. ¿En serio? Sis. Desde cuándo somos tan internacionales?, como si fuéramos británicas o parte de una serie de Netflix. Suspira, Clary. Respira. Deja de discutir contigo misma.

Escuché el motor del auto arrancar y volteé hacia él.

Vaya… ni un "Adiós, hermana", ni un "Cuídate", ni siquiera un "Nos vemos en casa".

—Yo también te quiero —murmuré con sarcasmo.

—Amm... lo siento, no era para ti —dije rápidamente.

Caraj*, ¿por qué lo dije en voz alta? Bien hecho, Clary. Ahora el chico lindo va a pensar que hablas sola. Perfecto. Primer día y ya quedaste como la rara. Mejor entra al infierno ese que le llaman escuela.

Tomé una gran bocanada de aire y la solté.

Caminé hacia la puerta de la escuela. Lo único que veía era gente abrazándose, contándose cómo les fue en las vacaciones. Otros estaban perdidos en su mundo musical, con auriculares gigantes o pequeños.

Aunque debo admitir que yo pertenezco a ese mundo... mi refugio entre canciones.

Rayos… mil de gente y tengo que ir por mi horario. Pero… ¿dónde queda la oficina?

Seguí avanzando, intentando abrirme paso entre la multitud que ocupaba los pasillos, sin tener ni idea de hacia dónde iba. No debe ser tan difícil, me repetía.

Después de caminar un par de minutos —más de lo necesario— y pedirle indicaciones a un chico con cara de dormido, por fin llegué a la oficina.

Me entregaron un mapa, mi horario y la clave de mi casillero: 3321.

Primera clase: inglés. Salón 34D.

¿En serio? ¿Tenía que ser justo la clase que estaba discutiendo con Yas hace unos minutos? Ironía nivel Dios. Me esforcé por ubicar el salón en el mapa. Gracias al cielo, lo encontré antes de que sonara la primera campanada.

Toda la manada de chicos y chicas comenzó a entrar al salón. El profesor estaba de espaldas, escribiendo su nombre en el pizarrón. Me acerqué, le entregué la hoja que me había dado la secretaria mientras intentaba buscar un asiento que no estuviera ni demasiado al frente, ni escondido al fondo.




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