Sonreí, girando la cabeza hacia la ventana. Qué curioso que incluso los recuerdos incómodos puedan sacarte una sonrisa... aunque sea irónica. Mi antigua escuela ya era parte del pasado, pero los rastros aún dolían.
Sentí una mirada fija sobre mí. Volteé con cautela y ahí estaba él: el chico que acababa de entrar. Pensé que me pediría el asiento. Me congelé un segundo, sin saber cómo reaccionar.
¿Qué se supone que debía decirle? ¿"¿Quieres el lugar?" o simplemente levantarme en silencio?.
Lo único que salió de mis labios fue un suspiro apenas audible. Sentí un ligero pánico —el tipo de nervios tontos que aparecen en los momentos más simples—. No quería hacer una escena el primer día.
Pero, para mi sorpresa, el chico castaño que estaba sentado enfrente de mi pupitre se levantó sin decir nada y se fue a otro asiento del salón, dejándole espacio a él.
Sentí un alivio inmenso. No pensaba moverme. Ya me había imaginado pasando el primer día en detención por discutir por un asiento.
Volteé hacia el maestro. Estaba explicando la clase, escribiendo algo en la pizarra. Algunos alumnos estaban tomando apuntes; otros solo lo observaban con atención, como si aún no decidieran si valía la pena anotarlo.
Yo simplemente intentaba concentrarme… o al menos fingir que lo hacía
Miré al chico rubio que tenía enfrente. Solté una pequeña sonrisa. Me vino a la mente mi primera detención en la escuela anterior.
La maestra parecía que nos odiaba. No se molestaba en hacernos reflexionar... solo nos obligaba a escribir una y otra vez por qué estábamos allí, hasta que se acabara la hora.
Parecía eterno. Tenías que llenar, mínimo, cuatro hojas, y si no lo lograbas, te daba uno o dos días más de castigo. Ahí nos veías a todos escribiendo como locos, con la mano adolorida al final.
Solté otra sonrisa al recordar a esa horrible maestra. Pensaba que si alguna vez fuera profesora, probablemente sería igual de temida. Qué horror.
Intenté poner atención a lo que explicaba el profesor, pero mi mente simplemente no cooperaba. Así que decidí fingir que tomaba apuntes.
Empecé escribiendo mi nombre en la libreta... y terminé dibujando unos árboles.
—Carajo —murmuré en voz baja, asustada por el sonido repentino de la campana. Guardé todo en mi mochila con rapidez.
Cuando me levanté, el chico rubio, Clark, se paró justo enfrente de mí. Lo miré a los ojos.
Ojos color miel. Dulces, tranquilos. Le daban un aire amable... casi tierno.
—Con permiso —dije amablemente.
—Hola, soy Isaac. Isaac Clark —dijo, estirando la mano para saludarme de forma educada—. Presidente estudiantil —agregó, acompañado de una sonrisa encantadora.
—Oh, claro... sí... Amm... Me llamo Clary. Clary Miller —respondí mientras tomaba su mano, sentí cómo mis mejillas se encendían al instante. No sabía si por nervios, por su presencia o porque nunca fui buena con las primeras impresiones.