Demons

8

—Ven-dice, saliendo corriendo hacia las gradas.

—¡No correré!— respondo, quedándome quieta por un momento ¿jamás se cansa este hombre? pensé.

— ¿En serio? — le digo al verlo subiendo las gradas como si fuera un niño, corriendo hasta los más alto, hasta tener la mejor vista del lugar.

Se mueve con una energía contagiosa, como si el tiempo no tuviera peso para él. Es de esos que encuentran emoción hasta en lo más simple.

Lo alcanzó despacio. No iba a correr. No tengo prisa, así que, si quiere que espere. Al pensar eso me causo risa. Suelto una pequeña risa que creí que no lo notaría.

— ¿Qué es tan gracioso? —pregunta curioso, dándose media vuelta.

Me detengo a solo unos cuantos metros de donde estaba.

—La actitud de niño que tienes casi todo el tiempo— lo mire desafiante, con una media sonrisa.

—Bueno, tal vez sí en algunos momentos me comporte como un niño, pero al menos disfruto cada momento de mi vida. No soy una amargada antisocial que lo único que ha dicho en todo el recorrido es para burlarse de mí— me guiña el ojo derecho y sonríe.

Me ofende y me hace reír al mismo tiempo. Sinceramente no sé cómo lo logra, pero no me molesta tanto como debería.

—Me gusta pelear con los demás—admito, encogiéndome de hombros.

—No llegarás a nada si sigues así— advierte, con un tono que mezcla burla y seriedad.

— ¿Ah, si? — lo reto, alzando una ceja.

Voy hasta donde está y me siento en la grada y cruje un poco, como si protestará por el peso, está algo caliente por el sol, pero no me importa. El no sigue mi acto, se queda parado en silencio apreciando aquel campo que está en excelentes condiciones, el pasto verde y parejo, las líneas blancas bien marcadas. Se nota que lo cuidan con dedicación. Hay algo en ese lugar que impone respeto, nostalgia y definitivamente tranquilidad.

—Te lo aseguro— responde tras un leve suspiro, mientras finalmente se sienta junto a mí.

Percibo un cambio en su expresión. Hay una sombra en su mirada, como si acabara de abrir una puerta hacia un recuerdo que preferiría mantener cerrado. La alegría de hace un momento se desvanece.

—A ver, señor Clark, cuénteme sobre usted. ¿Por qué decidió enseñarme esta maravillosa escuela? — lo dije en un tono sarcástico, con una ceja alzada.

—Pues… soy el presidente estudiantil, es mi deber— Isaac voltea a verme y me sonríe, como si la formalidad de su cargo no fuera gran cosa.

—Vaya, de seguro has de tener muchos amigos— empiezo a jugar con mis manos, intentando sonar casual mientras lo observo de reojo.

—No lo creo— responde, encogiéndose de hombro, con un tono real sin parecer dolido, solo sincero.

—Entonces sería un honor ser la amiga del presidente estudiantil. Y más que nada, que coincidimos en algunas clases… así él podrá pasarme las tareas de vez en cuando— digo con una sonrisa.

— ¿Y qué le parece, señor Clark, esta propuesta de la chica nueva amargada, antisocial que casi no habla… pero cuando habla logra hacerlo reír? —Me levanté de aquella grada, que ya estaba demasiado caliente por el sol.




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