El viento me cortaba la piel mientras atravesábamos la ciudad. La tarde estaba fresca, y por primera vez en mucho tiempo, me sentía viva.
Nunca antes me había subido a una moto, mucho menos a la de un chico que apenas conocía. Pero ahí estaba yo, aferrándome a Harry como si lo conociera de toda la vida.
Cada vez que aceleraba, instintivamente lo apretaba más. Sin querer, mis brazos se cerraban con fuerza alrededor de su cintura y mi frente se apoyaba en su espalda. Cerraba los ojos, dejándome llevar por esa mezcla de miedo y emoción.
Lo más emocionante eran las curvas. Sentía que podía salir volando en cualquier momento. Me había dicho que no me inclinara demasiado, pero ¿cómo podía evitarlo si lo tenía tan cerca? Era como si su presencia me arrastrara con él, sin remedio. Lo sentía demasiado cerca y esa cercanía me desestabilizaba más de lo que quería admitir.
Cuando por fin llegamos, sentí un alivio inmediato... y también una extraña emoción por volver a subir. Me bajé, algo torpe, y le pasé el casco.
Esperé a que él hiciera lo mismo para entrar juntos. Y sí, como en una escena vieja de cine, me abrió la puerta. Gentil, tranquilo.
El lugar era pequeño, acogedor, y olía a azúcar derretida. Nos acercamos al mostrador. Mientras yo hojeaba el menú, noté que preparaban todo ahí mismo, cómo lo mezclaban. También ofrecían: helados artesanales, crepas, toppings y otras cosas deliciosas...
Harry parecía indeciso. Yo ya tenía claro lo que quería.
Saqué la cartera de mi mochila, pero él fue más rápido: ya estaba entregando el dinero al chico.
—Te dije que yo invitaba. Así que yo pago —dijo, con una sonrisa leve.
Recibimos el ticket y un número.
Buscamos una mesa y nos sentamos. Dejé la mochila a un lado. Nos miramos. Silencio. De esos que pesan y a la vez no molestan. Ninguno de los dos decía nada.
Tenía preguntas. Muchas. Pero dudaba si hacerlas. No quería que él fuera como Isaac: evasivo, hermético.
Después de unos minutos, me animé.
—Entonces... —dije, arrastrando las sílabas—. ¿Cómo se conocieron tú e Isaac?
Tal vez no era la mejor forma de empezar, pero era algo.
—Éramos amigos de niños. Pero nuestros padres siempre fueron rivales... y bueno, yo no lo veo como un rival... —hizo una pausa— aún —agregó, con voz baja.
Tragué saliva. Ese “aún” me sonó a advertencia.
El chico del local llegó con nuestros pedidos. Le di las gracias, sin quitarle la vista de encima hasta que desapareció entre las mesas, solo quería asegurarme que se fuera, no había nada raro... solo eso.
Mi helado parecía una obra de arte. Se me antojaba más mirarlo que comerlo.
—¿Por qué tu papá te trató así en el restaurante? —solté, sin pensarlo mucho.
Él rió, pero no fue una risa alegre.
—Porque mis notas no son lo que él espera. Mi papá quiere un hijo perfecto. Y yo... no estoy tan interesado en la escuela. Nadie sabe si eso sirve de algo en realidad. Igual, él ya tiene mi futuro armado —terminó, con un tono seco al final.
No supe qué decir. Empecé a comer.
—Harry —murmuré, sin mirarlo.