Demons

20

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó, con los ojos muy abiertos.

—Alguien lo atacó —respondí, poniéndome de pie de inmediato—. Usó un arma… y lo golpeó.

—Mi madre me hacía un té… de un árbol… con otra cosa —murmuró él, con la voz ronca. Se llevó una mano al pecho, intentando calmar el dolor—. Me ayudaba a que se me quitara… pero no recuerdo el nombre —entrecierra los ojos, intentando recordar — Su nombre se repetía dos veces.

Mi madre se quedó inmóvil. Bastó esa frase para congelarla.

—¿Té de árbol con Kava-Kava? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y nostalgia—. Tenía mucho tiempo sin escuchar que alguien lo siguiera utilizando —dice.

—¿Y eso por qué? —pregunté, sin disimular mi curiosidad.

—Antes se usaba como un tipo de anestesia natural. Luego, con los avances médicos, fue desapareciendo —explicó con serenidad. Hizo una breve pausa antes de añadir—: Lo prepararé.

Se fue sin decir nada más. Un silencio espeso quedó entre nosotros. Raro. Yo seguí limpiando la sangre que marcaba su piel, mientras él apenas parpadea. Sus heridas visibles ya las estaba atendiendo. Pero sabía que había otras… más profundas… que no iba a poder curar con pomadas.

El silencio seguía ahí, colgado entre los dos como una sábana húmeda. Yo me senté a su lado, todavía con el algodón manchado en la mano. Lo observé. Sus ojos estaban cerrados, pero sabía que no dormía.

Respiraba con dificultad, y de vez en cuando fruncía el ceño como si algo le doliera más que el cuerpo.

—¿Tienes frío? —pregunté en voz baja.

Negó con la cabeza.

No dije nada más. Me limité a estar. A veces, lo único que uno puede hacer es acompañar.

Al poco rato, mi madre regresó con una taza humeante. El aroma del té era fuerte, terroso. Como a raíces. Harry abrió los ojos apenas sintió el olor.

—Aquí tienes —dijo ella, agachándose un poco para ayudarlo a sostener la taza—. Tómalo despacio.

—Gracias —murmuró, y llevó la taza a sus labios, Tomó un sorbo y soltó el aire por la nariz, parecía que cada trago le bajaba un poco el dolor, o al menos, lo volvía más soportable.

como si ese líquido fuera lo único que lo sostenía en ese momento.

—Mamá, ¿puede quedarse aquí esta noche? —pregunté, sin apartar la vista de él.

—Sí, claro. Me voy a dar una ducha —respondió, sin mirarme. Y justo al llegar a las escaleras, gritó:

—Clary, cuando llegue tu hermana, dile que tengo que hablar con ella, por favor.

—Está bien —le respondí.

Mi madre nos miró por un segundo más y luego se marchó en silencio, dándonos espacio.

Esperé a que subiera y luego me senté en el suelo, justo frente a Harry. Recogí las gasas usadas, las guardé en una bolsa y limpié lo que pude de la mesa. Pero él seguía ahí, sosteniendo la taza, con la mirada fija en un punto invisible.

—¿Quieres hablar de lo que pasó? —pregunté con suavidad, sin apurar, sin invadir.

No respondió enseguida. Se tomó su tiempo. Bebió otro sorbo, apoyó la taza con cuidado sobre la mesita y finalmente habló. —No fue solo un ataque. Fue una advertencia.




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