Lo miré en silencio, sin saber bien qué preguntar primero.
—¿De quién?
—De alguien que no quiere que yo me acerque más…
Esa frase me heló. Algo en su tono, en su forma de decirlo… era distinto. No era miedo lo que tenía en los ojos. Era culpa.
—¿Qué significa eso, Harry?
Él me miró, y por un instante lo vi realmente: no como el chico herido, ni como el amigo con secretos, sino como alguien que había estado sobreviviendo más que viviendo. Tenía la mirada de los que han visto demasiado.
No dije nada. Lo observé en silencio, contemplando los restos de una pelea que no entendía. Su pecho seguía marcado por los golpes. Había algo en su expresión que me rompía por dentro. No entendía qué clase de monstruo podía hacerle eso a alguien.
Sus ojos comenzaron a suavizarse, aunque cansados, tenían algo de alivio, se iban relajando poco a poco. Como si solo por estar aquí, respirando, ya se sintiera más seguro, en un lugar donde no tenía que correr ni defenderse, y el calor del té parecía reconectarlo con su cuerpo. Me dieron ganas de abrazarlo. Yo quería darle más que eso. Quería ofrecerle un refugio. Al menos por esta noche.
—Gracias —le dije para terminar la conversación anterior. Tomé la taza acariciándola con mi manos y le sonreí.
—No hay de qué —respondió, devolviéndome la sonrisa, un poco más sereno.
—No, en serio. Gracias. No quiero pensar qué habría pasado si no hubieras podido levantarte...
—No pasa nada —susurró. Puso su mano sobre mi hombro con un gesto suave, reconfortante—. Se nota que eres fuerte.
Reí bajito.
—No lo soy —dije, sin atreverme a mirarlo directamente, mientras jugaba con la yema de los dedos en el borde de la taza.
—¿Ah, no? ¿Entonces cómo lograste escapar?
—Solo me escondí —admití, bajando la mirada. Luego lo miré a los ojos—. Te traeré unas sábanas… y una almohada.
Él asintió despacio, y yo me levanté, sintiendo que en esa noche tan silenciosa… habíamos dicho mucho más de lo que parecía.
Regresé con las sábanas dobladas sobre mis brazos y una almohada que todavía olía a lavanda. Él no se había movido del sillón. Seguía en la misma posición, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada fija en algún punto invisible del suelo. La taza vacía descansaba entre sus manos.
—Aquí tienes —dije en voz baja, como si temiera romper la calma del momento.
Él levantó la cabeza despacio, como si volver al presente le costara. Tomó las sábanas y asintió con un gesto agradecido, sin decir mucho más. Yo me arrodillé junto al sillón para ayudarlo a extenderlas.
—Puedes quedarte aquí esta noche. Nadie te va a molestar —le aseguré.
—Gracias, Clary —murmuró. Su voz sonaba más apagada, como si el cansancio comenzara a ganarle.
Le pasé la almohada, y mientras él se recostaba lentamente, con movimientos cuidadosos, pude notar cómo su cuerpo aún temblaba ligeramente. El dolor seguía ahí, anclado en cada rincón.
Me quedé observándolo mientras se acomodaba, mientras se tapaba hasta el pecho, mientras soltaba un suspiro largo, como si soltara todo lo que venía cargando.