El silencio volvió a instalarse entre los dos. Afuera, la noche seguía en calma. Dentro, solo el sonido suave de su respiración y el tictac del reloj de la cocina.
Me abracé las rodillas y me quedé ahí, sin moverme. La habitación entera parecía sostener el mismo aire contenido, como si todo el mundo supiera que algo frágil estaba en proceso de sanar.
No sabía si él dormía ya. Su rostro lucía más relajado. Sin el ceño fruncido, sin la tensión en la mandíbula. Como si, por fin, pudiera rendirse un poco.
Sin pensarlo mucho, levanté la mano y le acaricié suavemente la mejilla con el dorso de los dedos. Su piel estaba tibia. Sus ojos se abrieron apenas, sorprendido, pero no se apartó. Era un gesto pequeño… pero lleno de algo que no supe nombrar. Ese instante se sintió eterno, como si el tiempo hubiera dejado de correr.
Me quedé ahí, en silencio, observando cómo el té, el calor del cuerpo y la calma del ambiente hacían efecto en él. Su respiración se volvió más lenta, más rítmica. Había algo reconfortante en verlo descansar… después de todo lo que había soportado.
Después de un rato, ya estaba dormido. Se veía... distinto. No solo tranquilo, sino vulnerable, como si el sueño lo hubiera desarmado por completo.
La puerta se abrió con suavidad, apenas un susurro en el silencio de la sala.
—Clary... —dijo Yasmine desde el marco.
Parpadeé. Fue como si me arrancaran de un sueño, uno sin forma. Me puse de pie de inmediato y le hice una señal con el dedo sobre los labios para que hablara en voz baja. Caminé hasta ella, cerrando la distancia como si eso pudiera mantener la calma intacta.
—¿Quién es? —susurró, su mirada fija en la figura de Harry, envuelto en las sábanas del sillón.
—Un amigo —respondí sin dar más detalles. Luego recordé—: Oye, mamá me dijo que quería hablar contigo cuando llegaras.
Ella frunció apenas los labios, pero asintió. Le indiqué con la cabeza que subiera. Sin decir nada más, lo hizo. Desapareció tras el giro de la escalera.
Me quedé ahí. Solitaria en el pasillo. Observando cómo la luz tenue de la lámpara proyectaba sombras largas sobre Harry… y sobre mí misma, reflejada en el cristal oscuro de la ventana. Me vi. No como me veo normalmente, sino como alguien más. Alguien ajena. A veces siento que vivo demasiadas vidas. Y ninguna me pertenece por completo.
Fui al baño. Me desvestí sin pensarlo mucho y me metí bajo el agua. No busqué relajarme, solo limpiarme del día. El agua tibia bajaba por mi espalda como si arrastrara pensamientos. Pero algunos se quedaban. Apegados. Como tinta seca.
Cuando por fin apagué la luz y me acosté, el silencio volvió a hacerse presente.
Y con él, la espera.
Porque el sueño no llega fácil cuando el alma está inquieta.