Demons

24

—¿Dónde está tu mamá? —preguntó mientras servía jugo en los vasos.

—Arriba, debe estar aún dormida —respondí.

Asintió, y volvió al silencio. Era raro lo cómodo que resultaba el silencio con él. No era incómodo, no estaba vacío… era como un lenguaje aparte.

Nos sentamos. El desayuno era simple, pan tostado, huevos, algo de fruta, pero se sentía bien. Él comía despacio, como si saboreara más el momento que la comida.

—¿Dormiste bien? —quise saber.

—Sí —respondió—. Es raro… hacía mucho que no me sentía así. Como si pudiera... parar.

—Parar… ¿qué?

Él dudó. Luego sonrió de lado, pero era una sonrisa herida, como si hablara desde un lugar muy viejo en su interior.

—Todo. Correr, pensar tanto.

Sentí un nudo en el pecho. —Me gusta que estés aquí —dije, bajando la mirada.

—Yo no pensaba quedarme en ningún lado —dijo él, con sinceridad—. Pero tú… eres distinta.

—¿Distinta cómo?

—Como si no tuvieras miedo de mirar lo que los demás evitan.

Nos quedamos en silencio. No era incómodo. Era… necesario. Como si nuestras palabras necesitaran espacio para asentarse antes de decir la siguiente.

—¿Te duele algo ahora? —pregunté, esta vez con un tono más bajo, casi un susurro.

—No. Solo un poco el pecho —respondió con media sonrisa, apoyando la mano sobre su corazón—. Pero creo que eso ya no tiene nada que ver con los golpes.

Lo miré a los ojos. No sabía qué estaba pasando entre nosotros, pero estaba ocurriendo. En cada gesto. En la forma en que me hablaba como si confiara en mí sin haberlo planeado. En cómo su presencia había cambiado el ritmo de mi casa, de mi cuerpo, de todo.

Y justo cuando el silencio parecía decirlo todo, el sonido de pasos en la escalera interrumpió el momento. Mamá bajó primero, con el cabello atado en un moño desordenado. Nos miró y asintió, en silencio. Después bajó Yasmine, con el ceño ligeramente fruncido y los brazos cruzados.

Harry se puso de pie, educado.
—Buenos días —dijo con cortesía.

Mamá le devolvió el saludo con un gesto amable, pero su mirada era distinta ahora. Más alerta. Como si estuviera analizando todo, cada palabra, cada gesto.

—¿Dormiste bien? —preguntó ella, sirviéndose café.

—Sí, gracias. Muy bien.

Yasmine se sentó a mi lado, aún sin decir palabra. Me miró como esperando que le explicara todo. Le lancé una mirada de “luego te cuento” y seguí comiendo.

—¿Tú hiciste todo esto? —me preguntó, con un tono de sorpresa.

—Sí. ¿Quieren que les sirva?— respondí muy servicial.

La tensión era casi imperceptible, pero se sentía en el aire. Todos estábamos cuidando nuestras palabras, midiendo el tono. Como si una palabra mal dicha pudiera romper algo frágil que aún no entendíamos del todo.




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