Cada paso que daba parecía pesar más que el anterior. Tomé aire y caminé hacia mi casillero. Harry se quedó a unos pasos detrás, como dándome espacio, solo observando. No dijo nada, pero su presencia seguía ahí, constante, como un eco.
Saqué los libros para la primera clase y cerré la puerta con un leve golpe de metal. Me giré para decirle algo, pero él ya estaba a mi lado.
—¿Te acerco a tu salón? —preguntó con esa calma suya, como si el caos que me revolvía por dentro no lo tocara.
—Claro —respondí, y empezamos a caminar.
Lo acompañé en silencio hasta las escaleras, donde nos detuvimos. Él me sonrió y yo intenté devolverle la sonrisa, aunque algo dentro de mí comenzaba a tensarse. Presentía que no iba a ser una mañana fácil. Me dedicó una mirada tranquila antes de girarse y alejarse hacia su salón.
Me quedé un momento observándolo mientras desaparecía entre la multitud. Respiré hondo, lista para subir, pero antes de llegar al descanso de las escaleras, una mano se cerró con fuerza alrededor de mi brazo.
—¿Viniste con Harry? —la voz de Isaac era baja, pero cargada de molestia.
Me giré bruscamente. Su rostro estaba tenso, los ojos tensos, como si esperara que yo me disculpara por algo.
—Sí. ¿Qué tiene de malo? —le respondí, igual de molesta. No tenía paciencia para juegos silenciosos hoy.
No respondió. Se quedó allí, con su mano aún sobre mi brazo, clavando los ojos en los míos como si estuviera buscando algo. Algo que ni siquiera él entendía. Sus labios se entreabrieron, pero lo único que salió fue mi nombre:
—Clary…
Pero no dijo nada más. Como si se le hubiera quedado todo lo demás atorado en la garganta. Me soltó el brazo con torpeza. Bajó la mirada por un segundo, luego se dio media vuelta y comenzó a alejarse sin decir una sola palabra más.
Me quedé ahí, congelada, mirando cómo se alejaba por el pasillo.
—¿En serio? —dije entre dientes, furiosa, con el corazón golpeándome el pecho—. Ya sé por qué no tienes amigos…
Sabía que me estaba yendo de boca, pero no podía callarlo.
—¡¿Ni siquiera puedes responder una pregunta?! —le grité, con la voz tensa, rota. Pero él ni siquiera se giró. Solo siguió caminando como si yo no estuviera ahí, como si mis palabras no fueran más que aire.
Me quedé sola en la escalera, sintiendo el calor en las mejillas, y no solo por la rabia. También dolía. Dolía que fuera así, tan hermético, tan cobarde.
Subí el resto de las escaleras con pasos pesados y entré al aula justo cuando sonaba el timbre. El profesor ya estaba allí, organizando sus papeles. Me senté en el mismo lugar de siempre, en medio, junto a la ventana. Necesitaba aire, o al menos la ilusión de que lo tenía.
Saqué el cuaderno, pero no escribí nada. Mis pensamientos seguían anclados en lo que acababa de pasar. Isaac... ¿Qué le pasaba? ¿Por qué se enfurecía por todo y no decía nada? Era como estar discutiendo con una pared.