Demons

28

Las horas pasaron lentas, como si el tiempo mismo se burlara de mí.

Cuando sonó el timbre para el receso, no me moví. La mayoría salió del salón en estampida, pero yo me quedé sentada, inmóvil, con los codos sobre el pupitre y la frente apoyada en las manos. Tenía ganas de desaparecer. O de volver al momento antes de que Isaac me apretara el brazo. Antes de que Harry mirara así a Yasmine. Antes de que todo se empezará a enredar.

Fui a la cafetería sin un rumbo claro, solo siguiendo el vaivén del ruido y el olor a comida recalentada. Pero al entrar, lo vi.

Isaac.

Solo. Sentado frente a la barra. La misma mesa que siempre evitaba.

Me pareció raro. Siempre se iba a Grill Locus, como si necesitara espacio del mundo, del bullicio, de todos. Pero hoy estaba ahí, como uno más.

Llevaba los audífonos puestos, los ojos bajos, fingiendo estar concentrado en su plato. Me acerqué unos pasos, no con decisión, sino con esa especie de impulso torpe que a veces uno confunde con esperanza.

Iba a decir su nombre. Pero en ese preciso instante, levantó la vista… y la desvió. Como si no me viera. O peor: como si sí me viera… y no le importara.

El mentón se le marcaba con fuerza, como si apretara los dientes. La expresión dura, el silencio absoluto. Había algo cruel en esa indiferencia. Algo que me hizo sentir muy pequeña, de golpe.

Me mordí la lengua, sentí el calor subirme por la garganta. Respiré hondo, como si eso pudiera mantenerme firme. Me enderecé. No le daría el gusto de verme quebrar.
Miré alrededor, buscando cualquier otro lugar donde sentarme. Entonces lo vi.

Harry.

Estaba en una de las bancas del fondo, cerca de las ventanas empañadas. Comía tranquilo, como si nada le urgiera. La escena era tan distinta a la que acababa de vivir, que me pareció un refugio. Un descanso del mundo.

—Qué infantil… —murmuré, como un suspiro con filo.

Y sin pensarlo más, caminé hacia él. Me acerqué con paso firme, aunque por dentro me temblara todo.
—¿Puedo? —pregunté, deteniéndome frente a él.

Harry levantó la vista y me sonrió, esa sonrisa suya que aparecía con calma en medio del caos.
—Sí, claro —respondió, sorprendido.

Me senté frente a él, soltando la mochila con un suspiro más cargado de lo que esperaba. Ni siquiera tenía hambre. Pero empecé a comer. Ni lo miré. En realidad, no quería estar ahí. Pero no quería estar sola. Ni con Isaac. Miré mis manos sobre la mesa. Sentía la garganta apretada, como si todavía tuviera clavadas las palabras que no le grité a Isaac. O las que sí le grité y no debí.

Gruñí por lo bajo.

Harry lo notó. Sentí su mirada, punzante, como si intentara leer entre líneas.

—¿Todo bien? —preguntó, dándole un sorbo a su jugo sin quitarme los ojos de encima.

Lo miré lentamente. —Sí… —mentí, o al menos lo intenté—. Solo… días raros, supongo.




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