Demons

33

Lo dijo con esa mezcla de nostalgia y distancia que tienen las cosas rotas.

Esa palabra. “Éramos”. Tan corta. Está tan llena de historias sin contar.

Isaac no dijo nada. Ni siquiera reaccionó. Solo desvió la mirada, como si escuchar a Logan nombrar ese pasado le provocará una punzada. O varias. Su silencio era más ruidoso que cualquier grito.

Tragué saliva. Miré a uno, luego al otro. ¿Cómo podía algo tan simple como estar parada entre ellos sentirse tan incómodo, tan tenso, tan... frágil?

Todo empieza a tener un poco más de sentido. Las piezas dispersas, se acomodan solas, aunque algunas siguen sin encajar del todo.

Logan, Isaac, ese pasado compartido del que nadie quiere hablar… y yo, en medio, sintiendo que no pertenezco, pero sin poder irme tampoco.

—No sabía que ustedes... —empecé, pero me detuve. No tenía caso terminar esa frase. No quería abrir otra puerta que no supiera cómo cerrar.

Logan se encogió de hombros. Su sonrisa era casi imperceptible, tenue, rota.

—Fue hace mucho. Las cosas cambian —dijo, pero su voz no sonaba convencida..

Isaac bajó la mirada. Apretó los labios. Las manos cerradas en puños, como si estuviera haciendo un esfuerzo tremendo por no decir lo que en realidad pensaba. O por no sentir lo que en realidad sentía.

Y yo... yo me sentí más sola que nunca.

Era absurdo. Estaban los tres ahí. Pero cada uno estaba en su propio universo. Y yo solo era una intrusa. Un cruce forzado entre historias que no me correspondían.

El silencio volvió a estirarse. Incómodo. Doloroso.

—¡Hey, Logan! ¿Nos vas a dejar solos o qué? —grita uno de sus compañeros desde el campo.

La voz lo arranca del momento. Logan gira apenas el rostro, como si volviera en sí. Como si su cuerpo estuviera presente, pero su mente se hubiese quedado atrapada en otra parte.

—Bueno, chicos… me... tengo que... —responde con una sonrisa floja, dando un paso con cada palabra, como si soltar ese aire entre dientes le costara.

Le hago un leve gesto con la cabeza, un simple asentimiento que dice “anda, vete”. No hacía falta nada más. A veces el silencio también es una despedida.

Y justo entonces, como si el universo aprovechara ese corte para recordarnos en qué mundo estábamos, sonó la campana.

El ruido es seco, impersonal.

Un recordatorio de que, por mucho que se esté desmoronando por dentro, el día sigue, las clases no se detienen, y los demás ni se enteran.

—Tenemos que ir a clase —dice Isaac, sin mirarme.

Su voz suena neutra, pero su espalda al alejarse decía otra cosa. Decía “me duele”. Decía “no quiero hablar”. Decía “ven si quieres, pero no preguntes”.

Aun así, me hace una seña con la cabeza para que lo siguiera.

Y lo hago. Sin decir nada, sin pensarlo demasiado.

Solo lo sigo.

“Hay vínculos que no se eligen, simplemente tiran de ti, y tú solo caminas detrás, sin saber por qué.”




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.