Habían pasado solo unos días, pero parecían semanas. El tiempo se volvió una cosa rara, lenta y rápida al mismo tiempo.
Isaac y Logan, para mi sorpresa, volvían a llevarse bien. No como antes, claro, pero al menos hablaban sin lanzar cuchillos con la mirada. Compartían algunas bromas, incluso se pasaban apuntes. Un milagro silencioso.
Harry, en cambio, era un caso aparte.
Estaba con nosotros… y al mismo tiempo no. ¿Cómo explicarlo? Venía a clases, caminaba al lado, respondía cuando lo llamaban, pero era como una sombra: callado, distante, casi invisible. Como si estuviera presente por compromiso, pero su mente estuviera a kilómetros de distancia.
De vez en cuando, conseguía arrancarle una palabra, una frase cortante. Luego, el vacío regresaba, más denso que antes.
Las clases transcurrían sin novedad, el profesor de Historia seguía mascullando fechas como si fueran maldiciones, la de Literatura subrayaba metáforas con tiza roja. Pero las tareas… esas eran otra historia.
Los profesores soltaban sus mentiras pulidas: “No suelo dejar tarea”, “Será algo ligero”. Mentiras. Mentiras con sonrisa pedagógica y manos inocentes.
Era pura estrategia: te hacían bajar la guardia y, cuando menos lo esperas —boom—, cinco trabajos, tres presentaciones y un ensayo de quince páginas que amenazaba con devorar tu fin de semana.
Afortunadamente, tenía a Isaac.
Mi salvación con forma de estudiante modelo. Cerebro afilado, manos rápidas, cero distracciones. Con él de mi lado, la mitad de la batalla estaba ganada. Lo demás era sudor, café y aguantar.
Ese día, la lista de pendientes era larga: algunos trabajos individuales, un análisis de química, ejercicios de matemáticas. Y para los grupales, el destino —o el sadismo del azar— me había emparejado con Harry, Isaac y Nate.
Un combo peculiar y curioso. Una prueba de fuego.
Isaac trabajaba como si la nota definiera su vida.
Harry… bueno, Harry no entendía muy bien la idea de trabajo en equipo. Para él, cumplir significaba traer los materiales y luego desaparecer. Perderse en el sofá a ver películas mientras los demás hacían todo, con cero intención de involucrarse.
Habíamos quedado en mi casa a las 4:00 p.m.
Calculé que tenía tiempo justo para llegar, hacer los trabajos individuales y luego empezar con el resto.
Al salir de la última clase, fui al casillero a cambiar algunos libros. El pasillo estaba casi vacío, solo quedaban los rezagados, la mayoría ya había volado hacia su tarde libre. Esa hora en la que la escuela parecía un esqueleto: lockers cerrados, pasos lejanos,
Al cerrar el casillero, ahí estaba.
Harry.
Apoyado contra las puertas metálicas, bloqueando el paso. Tenía esa mirada suya que combinaba desgano y sarcasmo, como si estuviera aburrido del mundo, pero igual quisiera quedarse a mirar cómo ardía.