—¿Qué pasa? —pregunté sin rodeos, sin energía para los juegos.
—Voy a llegar tarde a tu... “reunión” —dijo, arrastrando la palabra “reunión” como si le provocara alergia.
Solté una risa breve, seca, sin humor.
—No creo que nadie lo note… —dejé la frase en el aire unos segundos—. Pero igual tienes que ir.
Cerré el casillero con un golpe seco, lo miré por un segundo más y me acerqué solo para dejarle un beso rápido en la mejilla. No fue un gesto romántico. Y mucho menos esperé una respuesta.
Me fui.
Sentí su mirada detrás de mí, fija, insistente.
Pero no me di la vuelta.
A veces era mejor dejar las cosas así.
Colgando.
En el camino, me puse los audífonos, conecté el celular y me sumergí en la música.
Desconexión total.
Quería que la voz de la cantante tapara todo lo demás.
Los recuerdos que insistían en repetirse. Las dudas que mordían en los bordes. Y, sobre todo, a Harry.
Cuando llegué a casa, fui directo a la cocina. Me serví un vaso de agua, lo bebí de un trago, lo rellené sin pensarlo, un gesto automático, de esos que se hacen sin saber por qué, y subí directo a mi cuarto.
Dejé la mochila sobre el escritorio, puse a cargar el celular y abrí la ventana.
El sol entraba en diagonal, cálido, suave y se deslizaba por las paredes como una caricia. Una de esas caricias que no se piden, pero se agradecen. Era un momento del día en el que todo parecía estar en pausa.
Perfecto para enfocarme. Para, por fin, hacer las tareas.
Acomodé los libros, el cuaderno, el portátil.
Respiré hondo.
—✶—
—Clary… —una voz me llamó, mientras sentía que alguien me movía el brazo con suavidad.
—Clary, despierta. Te están esperando —la voz sonó más insistente, más real.
¿Qué...? ¡¿Me dormí?!
Me senté de golpe, parpadeando como si hubiera salido de un sueño profundo. El cerebro todavía en modo reinicio, intentando entender qué hora era.
—¿Qué pasó...? —pregunté, mirando a mi hermana frente a mí.
Ella soltó una carcajada. Yo no entendía qué era tan gracioso. Y si se reía de mí… mejor que corriera.
—Te quedaste dormida. Vamos, los chicos ya están abajo —dijo, alejándose hacia la puerta.
—Ah, y hoy llegaré tarde, voy a salir con unas amigas. Si mamá pregunta, ¿le dices tú? —dijo, saliendo del cuarto.
Asentí con la cabeza mientras recogía los libros abiertos, papeles sueltos, desordenados y mi dignidad del escritorio que se había escurrido entre las páginas. Me acomodé un poco el cabello con los dedos, respiré hondo y bajé las escaleras.
Desde el primer escalón los escuché hablar. Discusiones suaves, comentarios sobre el trabajo. Alguna corrección, todo muy académico. Nada emocionante que me hiciera correr las escaleras.