Demons

37

Volví a asentir. Él no necesitaba explicaciones, no ahora, así que solo lo abracé. No sé cuánto duró ese momento, solo que era necesario, que por un segundo, todo fue silencio. Calor y alivio para los dos.

—¿Tienes hambre? —le pregunté al soltarlo, apenas rozando una sonrisa—. Voy a preparar algo.

Me fui a la cocina.
Abrí la heladera, busqué sin mirar, solo dejando que mis manos encontraran lo necesario: pechugas de pollo, tocino, queso mozzarella. Nada complicado, pero suficiente. Algo cálido. Algo que reconfortara.

Harry seguía en el comedor, en silencio. Lo escuchaba mover una silla, quizás sentarse. El ambiente estaba cargado, pero tranquilo. Silencios que no asfixiaban, sino que dejaban espacio para respirar.

Poner las manos en movimiento me ayudaba a no pensar.

Y esta noche, pensar era justo lo que no podía permitirme.

Volví a asomarme.
No se había movido en absoluto.

Parecía una estatua de dolor.

Solo reaccionó al notar mi presencia.

—¿Puedo…? —tragó saliva—. ¿Puedo usar tu baño?

—Claro, ya sabes dónde está —le respondí, aunque él no me miró.

Regresé a la cocina y encendí la estufa y puse a calentar un sartén mientras preparaba los ingredientes.

Corté las pechugas en tiras gruesas y las aplané un poco con la palma de la mano, envolví cada una con una tira de queso mozzarella en el centro, y luego con tocino, cuidadosamente, como si al hacerlo pudiera envolver también algo más. Un gesto, un consuelo, un “estás a salvo” sin decirlo.

La sartén comenzó a chispear al primer contacto del tocino con el calor. El olor se esparció rápido, llenando la cocina de ese aroma que siempre anunciaba que algo rico estaba por venir.

Seguí cocinando. Uno a uno, los rollitos tomaban forma, dorándose lentamente, soltando ese jugo brillante que burbujeaba a los costados. El queso comenzaba a derretirse, escapando un poco por las esquinas. Perfectamente imperfectos

Al terminar, noté que él aún no había regresado.

Y esa ausencia, de pronto, empezó a sentirse más larga de lo que debía.

Fui a buscarlo, preocupada.
Justo cuando iba a subir el primer peldaño, el celular vibró en mi bolsillo.

Corrí al comedor para contestar.

Mensaje de Yasmine

Clary, ¿puedes llamar a mamá? La necesito.

Rodé los ojos, suspirando. ¿Y por qué no lo hacía ella directamente?. Corrí al comedor para llamar.

—¿Mamá?
—¿Qué pasa, Clary? ¿Todo bien?
—Sí, todo bien. Me llegó un mensaje de Yas, diciendo que te llamara, que te necesita. No entiendo por qué no lo hizo ella.
—Ni idea, hija. Ahorita la llamo.

Estuve a punto de colgar, pero me detuve.

—Mamá, espera…
—¿Sí?
—¿Recuerdas a Harry? El que se quedó una vez aquí...
—Ajá.
—Está aquí de nuevo… llegó llorando. Me preguntó si podía quedarse. Mamá, jamás lo había visto así. No tiene muchos amigos. No quiero dejarlo solo.

Hubo una pausa. Larga. De esas que cargan significados invisibles.




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