Demons

38

—¿Entonces…?
—Déjalo quedarse —respondió, seca, pero sin negarse.
—Gracias.
—Voy a llamar a tu hermana. Cuídate, ¿sí?
—Lo haré.

Colgué.

Dejé el teléfono sobre la mesa y seguí el pasillo, en silencio, despacio.

Subí las escaleras con el corazón latiéndome en la garganta.

No entendía por qué tardaba tanto.

Algo no se sentía bien.

Me detuve frente a la puerta del baño. Toqué, una vez... dos veces. Nada. No se escuchaba ni el murmullo del agua ni un solo movimiento. Solo silencio. El tipo de silencio que no reconforta. El que te pone alerta.

Mi mano fue directo a la perilla, pero no la giré. Una imagen me atravesó como una flecha: ¿y si algo le había pasado? ¿Y si... se hacía daño?. Ese pensamiento oscuro me ahogó. La idea me estrujó el corazón. Mi mente ya iba a mil, dibujando escenarios oscuros. Tragué saliva. No quería ni imaginarlo, pero no podía dejar de hacerlo.

Justo entonces, un golpe sordo sonó detrás de la puerta. Mi mente ya estaba en espiral. Mi cuerpo reaccionó antes que yo, así que no lo dudé. Giré la perilla y abrí de golpe.

Y ahí estaba él.

Harry. Solo con una toalla blanca envuelta en la cintura.

El torso descubierto, su piel todavía húmeda, y el cabello goteando lentamente. Me quedé paralizada. Jamás había visto un cuerpo así. Tragué saliva tan rápido que me dolió la garganta.

No podía dejar de mirarlo. Ese cuerpo... jamás había visto algo así. Y sí, me mordí el labio, porque fue lo único que pude hacer frente al caos que se desató dentro de mí.

—Clary, ¿qué haces aquí? —preguntó, con el ceño levemente fruncido, mientras dejaba de arreglar el toallero.

Intenté hablar. Juro que lo intenté, pero apenas salió un murmullo.

—Ah...

Pero la voz apenas salió. Un susurro ahogado. Me forcé a continuar.

—Perdón... no debí... entrar así. Perdón.—Las palabras se me salían rotas, como si mi cerebro estuviera tratando de armar frases con piezas de otro idioma.

Ni siquiera podía mantener la mirada en él.

Se acercó un poco más. Lo suficiente para que el aire cambiara de temperatura.

—¿Y... te arrepientes? —dijo, tomando suavemente mi barbilla para que lo mirara.

Negué con la cabeza. Lenta. Silenciosamente. No había palabras que pudieran salir de mi boca en ese momento.

Él se inclinó, más cerca. Muy cerca. Demasiado cerca. Y yo temblaba. De verdad. No de frío. De algo más profundo. Un deseo eléctrico, desordenado. Porque quería que pasara. Quería que me besara. Lo deseaba con cada célula de mi cuerpo.

—Clary... —susurró, con la voz más suave—. ¿Qué pasa? —insistió, con los ojos clavados en los míos intentando acercarse más. Su voz. Sus ojos. Esa cercanía. Me desarmaban.

Apreté los labios y fruncí el ceño. No porque estuviera molesta, sino porque no sabía cómo detener lo que estaba sintiendo.

—Nada —mentí.




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