Me quité lentamente las manos del rostro, levanté la cabeza... y ahí estaba él.
Observándome. Como si no existiera nada más en el mundo que valiera su atención. Su sonrisa era suave, casi imperceptible, apenas un gesto en las comisuras de sus labios. Yo también sonreía, sin decir nada. Ninguno de los dos lo hacía.
Me pregunté, por un instante fugaz, mirando sus labios, qué pasaría si... pero no quise ir más allá. No ahora. No con él tan cerca. Me limité a estar ahí, esperando. Esperando algo. Que se acercara, que rompiera la distancia.
Y entonces lo hizo.
Se acercó lentamente, con los ojos fijos en los míos, buscando una señal.
No me moví. No dije nada.
Solo cerré los ojos. Sus labios rozaron los míos con una delicadeza casi irreal, casi como si estuviera pidiendo permiso sin palabras. Después, algo más real.
Un beso lento, suave, uno que no pedía permiso… lleno de todo lo que no habíamos dicho.
Cuando se separó, no dije nada. Solo abrí los ojos. El beso me robó el aliento. Y aun así, me encontré queriendo más.
Y por un segundo, el mundo se apagó.
Solo estábamos él y yo.
Lo veía tan cerca, tan claro. Y supe que nada, absolutamente nada, iba a ser igual después de eso.
Solo me acerqué ligeramente hacia él y fue Harry quien cerró la distancia.
El beso fue suave, como si tuviera miedo de romperme. Pero no tardó en cambiar. Sus labios se volvieron más intensos, más urgentes, y yo me dejé llevar.
Mis dedos se enredaron en su nuca, en su cabello todavía húmedo, aferrándome a él como si fuese lo único firme en ese instante, mientras su mano descendió por mi espalda hasta la cintura. Me atrajo con firmeza, seguridad, sin prisa pero con intención, como si ese gesto ya lo hubiera imaginado antes.
En un parpadeo ya estaba sobre él, sentada en sus piernas, las rodillas a cada lado de su cuerpo. Mi respiración se volvió errática, acelerada, como si el aire entre nosotros no alcanzara
Nuestras respiraciones se entrelazaban, mezclándose entre besos y caricias.
Sus manos me exploraban como si me conocieran de toda la vida, con esa mezcla entre cuidado y deseo que me hacía temblar. Sus manos recorrían mi espalda, mis costados, mis brazos, como si me estuviera memorizando.
Yo no podía dejar de tocarlo, mi piel buscaba la suya, mis dedos se perdían en su cabello y descendían por su cuello.
Lo miré a los ojos, con el corazón latiendo como un tambor en medio del pecho.
Toqué su torso. Su respiración estaba agitada. Su pecho firme subía y bajaba al mismo ritmo que el mío.
Entonces lo ayudé a quitarse la camisa. La lancé a un lado sin pensar.
Tomé su rostro entre mis manos y lo besé de nuevo, más profundo. Como si quisiera recuperar los segundos perdidos entre nosotros.
Mi respiración se entrecortó al sentir el calor de su piel, su pecho firme contra el mío, su aliento acariciaba mi cuello.
Me estremecí.