Demons

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Y sus manos... sus dedos se detuvieron un instante, como si dudaran. Después subieron con lentitud, hasta encontrar la base de mi nuca.

Con suavidad, quitó la liga de mi coleta, dejando que mi cabello cayera libre para enredarse suavemente en mi cabello con una ternura inesperada.

Su frente tocó la mía. Cerré los ojos. Todo en mí pedía ese momento. Sin palabras. Solo nosotros. Respirando el mismo instante.

—Clary… —dijo, mi nombre convertido en promesa.

Nuestros labios se encontraron al fin. Fue lento, profundo, cargado de cada segundo contenido desde que abrió esa puerta.

No había espacio para dudas, solo para sentir.

Su boca era cálida, segura, y la mía, impaciente. Me aferré a él como si el mundo pudiera disolverse en ese instante, como si todo lo demás dejara de importar.

Sus manos se posaron en mis caderas, firme pero con cuidado, como si midiera cada movimiento, como si yo fuera algo frágil que aún no sabía sostener del todo.

Mis dedos explorando su espalda desnuda, sintiendo la tensión bajo su piel, el leve temblor, la respiración contenida. Como si cada centímetro suyo también estuviera aprendiendo a confiar.

El deseo crecía en cada roce, en cada mirada fugaz, en cada respiración compartida.

Nos movíamos con una sincronía inesperada, como si nuestros cuerpos ya se conocieran desde antes. Mi camiseta se deslizó apenas, su mano subió con cautela, tocando mi piel como si la descubriera por primera vez. El beso se volvió más profundo, más urgente.

Pero aún no había prisa.

Solo deseo, contenido… que estiraba el tiempo.

Ahí, en el sofá, envueltos por la luz tenue del salón, la televisión aún encendida, proyectando las sombras suaves bailando por las paredes, en medio del silencio lleno de significado, por algo que ninguno de los dos había planeado, la intimidad se volvió real. No era solo físico. Era algo que ardía más allá del cuerpo.

Todo era tan... intenso, tan nuestro.

El tiempo dejó de existir. No sabía si llevábamos minutos o horas allí, entre suspiros y miradas que decían más que cualquier palabra. Harry me miraba como si quisiera memorizar cada gesto mío, con una intensidad que te quema despacio, como si quisiera dibujarme con los ojos. Yo, perdida en su presencia, apenas podía pensar. Solo sentir.

Sus manos seguían su propio lenguaje, lento y cuidadoso. Se movían por mi cintura, subían por mi espalda, y de vez en cuando se detenían como para grabar la textura de mi piel. Mis dedos exploraban su cuello, su pecho, sus hombros. Cada músculo se tensaba bajo mi roce, como si cada caricia despertara algo más profundo. Y eso me hacía temblar por dentro.

Estaba sentada sobre él, y el ritmo de nuestras respiraciones ya no intentaba disimular nada. Mi frente descansaba contra la suya. El calor entre nosotros se volvía insoportable… delicioso.




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