——¿¡Mamá, qué pasó!? ¿Están bien? —pregunté, sabiendo que no quería oír la respuesta.
—La policía… —hizo una pausa breve, pero intensa— Tu hermana está detenida.
Y entonces, el mundo se detuvo. Abrí los ojos como platos. El celular se me resbaló un poco entre los dedos.
—¿Qué? ¿Cómo que detenida?
—No tengo todos los detalles. Están diciendo que fue por algo en la calle. No entiendo nada, hija. Solo me llamaron para avisarme. Estoy en camino a la delegación.
Sentí que el estómago se me vaciaba de golpe. Me bajé lentamente de su regazo, Harry me sujetó de la cintura, con cuidado, como si mis movimientos estuvieran amortiguados por el impacto. Él se quedó sentado a menos de un metro de mi, con el ceño fruncido, observándome.
—Me quedaré con ella esta noche, para sacarla lo más temprano posible en la mañana. No te preocupes, todo va a estar bien.
—Clary, ¿estás bien? —la voz de mi madre sonaba normal, pero su tono tenía ese matiz de madre que sabe.
Como si pudiera oler a través del teléfono que algo estaba pasando.
—Sí, sí... todo bien. ¿Por qué? —me forcé a sonar natural, aunque el corazón me golpeaba el pecho como un tambor enloquecido.
—¿Harry sigue ahí?
—Sí. Está aquí.
—¿Todo tranquilo con él?
—Sí, mamá. Todo tranquilo.
—Está bien. Entonces no hay nada de qué alarmarse… Te llamo mañana. No te desveles, ¿sí? Mañana hay clases.
—Lo sé mamá. Buenas noches, cuídate.
—Buenas noches hija, te amo.
Colgué. Y por un momento, el silencio cayó con todo su peso.
Pero claro que me preocupé.
Harry posó suavemente su mano sobre mi pierna izquierda.
—¿Qué pasó? —preguntó, con esa voz baja que parecía no querer romper el momento, aunque ya estaba roto.
Su mano seguía allí, tibia sobre mi piel. Y aunque el deseo todavía latía entre nosotros como un tambor insistente, ya no tenía espacio. Ahora, el mundo reclamaba su lugar.
Mierda, carajo. ¿¡Qué demonios voy a hacer ahora!?
La imagen de Yasmine detenida. Mi mamá al teléfono. La tensión en su voz. Todo chocaba contra el recuerdo aún tibio de estar sobre él. Sus labios en mi cuello. Mis manos en su espalda. Mi cuerpo pidiéndole que no se detuviera.
Estaba bien hace unos minutos. Maldita sea... justo ahora tenía que pasar algo así.
—¿Clary...? —volvió a decir Harry, acercándose.
Cierto, me había hablado. Lo miré sin saber muy bien qué expresión tenía en la cara, pero sus ojos buscaron los míos. Solo sé que estaba agotada. Emocionalmente drenada. Pero al mismo tiempo, extrañamente viva.
—¿Todo bien? —preguntó, en voz baja, sin saber aún lo que acababa de pasar.
—Estoy en una especie de limbo raro, Harry. Todo lo que pasó… fue real, pero ahora parece un sueño. Como si mi vida no supiera en qué dirección ir.
Él asintió, despacio. Sus labios se curvaron apenas, como si luchara entre lo que quería decir y lo que debía callar.
—Yo también lo sentí. Lo siento todavía —dijo él, bajando la mirada un segundo, como si tuviera miedo de haber dicho demasiado— Pero no tenemos que resolverlo ahora. No tienes que cargar con todo esta noche.
Guardé silencio. El nudo en la garganta subía lento, como una ola que amenazaba con romperse.
—¿Y qué hago con esto que siento? —pregunté, tocándome el pecho— ¿Con lo que quería? ¿Con lo que estaba por pasar?
Harry alzó una mano, con cuidado, y la apoyó en mi mejilla. Su tacto fue leve, pero firme. Real.
—Lo guardas—respondió, mirándome directo a los ojos— Lo sostienes. No lo niegas. Y cuando estés lista… lo retomamos. Si todavía lo quieres.
No supe qué responder. Así que solo asentí. Me senté con las piernas cruzadas, abrazando un cojín. Harry seguía a mi lado. Con ese espacio justo entre los dos que no pesaba, no dolía, que no enfriaba, sino que prometía.
No hablamos más esa noche. Solo apagamos las luces y dejamos una lámpara tenue, de esas que apenas iluminan, pero acompañan.
Todo quedó en silencio, salvo nuestras respiraciones. Esa pausa incómoda, pero necesaria.
—Amm... debería irme a dormir. Mañana hay clases—murmuré, sin mirarlo.
—Puedes dormir en mi habitación. Yo me iré al cuarto de mi madre.
Él aceptó sin decir palabra.
No hubo resistencia ni insistencia. Solo una tregua silenciosa entre lo que fue y lo que aún podía ser.
Subí las escaleras en silencio.
Y así me dormí. Con el pecho lleno de nudos, con el corazón latiendo entre el deseo e incertidumbre y con la certeza de que, aunque la noche se había interrumpido, no todo se había roto.
Solo se había puesto en pausa.