Me despertó la sed. Esa molesta, insoportable, que no te deja seguir durmiendo aunque lo intentes. Estiré el brazo a tientas buscando el vaso que está todas las noches dejo sobre el buró, pero estaba vacío. Bufé en silencio y me levanté con pesadez.
La casa estaba en silencio absoluto. No se escuchaba ni el viento afuera. Solo mis pasos suaves bajando por las escaleras. La madera crujía apenas, como si tuviera miedo de romper el silencio.
Llegué a la cocina, llené un vaso con agua fría y lo bebí de un solo trago. Me recargué unos segundos contra la encimera, con los ojos entrecerrados, aún adormilada. Entonces crucé hacia el comedor, y fue ahí cuando lo vi.
En la sala, a pocos metros de mí, había algo. No alguien. Algo.
Una sombra. Negra. Alta. El cuerpo parecía de humo denso, ondulante, como si no pudiera mantener una forma del todo sólida. No tenía rostro, pero aun así… lo supe.
Me había visto.
Mi corazón se detuvo. La sombra giró, si es que eso podía llamarse girar, y su forma pareció agitarse, como si despertara por completo al notar mi presencia.
Retrocedí. Un paso. Otro. Después corrí.
Subí las escaleras casi sin sentirlas bajo los pies. El corazón me golpeaba con fuerza el pecho como si intentara romper las costillas para salir. No pensé en mi habitación. No pensé en Harry. Corrí directo al cuarto de mi madre. Me lancé al suelo y me metí debajo de su cama, respirando apenas, con las manos temblorosas presionadas contra mi boca.
Desde ahí vi la sombra moverse por el pasillo, a unos metros. No caminaba. Flotaba. Silenciosa. Como si el aire se apartara a su paso. Como si el mundo la evitara.
Quise salir, correr, pero algo me lo impidió. Instinto, tal vez. O miedo.
Entonces, volvió, busco dentro del armario de mi madre.
Como si supiera. Como si recordara que algo ahí le pertenecía.
Buscó dentro. Revolvió.
Las puertas rechinaron con un sonido seco, breve, que me hizo contener la respiración.
De pronto, una puerta se cerró en algún cuarto cercano. Un golpe sordo. Lejano, pero lo suficientemente fuerte como para captar su atención.
La sombra se giró bruscamente, como si olfateara el sonido, y se deslizó hacia el otro cuarto. Se quedó ahí, en el umbral, inmóvil.
Buscando.
Esperando.
¿A mí?
No sabía qué era lo que había visto, pero no quería quedarme allí, indefensa, expuesta. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Me deslicé fuera de la cama, con movimientos lentos, temblorosos.
Abrí con cuidado el armario y me metí dentro. Intenté dejar las puertas igual que como esa cosa las había dejado. Me oculté detrás de la puerta que estaba más cerrada, con la esperanza de que ofreciera más sombra, más protección.