Demons

49

Tragué saliva con dificultad. El cuerpo me temblaba. El corazón aún galopaba como si no supiera que ya había caído.

Miré a mi alrededor, sin saber si lo que más temía era a la sombra o a quedarme ahí, sola, herida, descalza y expuesta en mitad de la calle.

El frío del metal traspasaba mi pijama, pero ni eso sentía ya. Solo el punzante latido en mi talón, y el zumbido en mis oídos que no me dejaba pensar.

Fue entonces cuando algo cambió.

No lo vi al principio. Lo sentí. Esa presión invisible. Ese escalofrío que empieza en la nuca y te baja por la columna como un dedo helado.

Y luego… el retrovisor.

Lo vi por el retrovisor del auto, justo detrás de mí.
La silueta. Oscura. Silenciosa.

No era una figura humana. No del todo. Era más alta de lo normal, más densa, como si estuviera hecha de humo que se negaba a disiparse. Y en medio de esa oscuridad… dos ojos.
Negros.
Vacíos.
Fríos.

No reflejaban nada. Ni luz. Ni vida.

El miedo me paralizó de una forma que no conocía. No pude gritar. Ni siquiera tragar saliva.
Solo cerré los ojos de golpe, cubriéndome el rostro con las manos. Como una niña pequeña que cree que si no ve el monstruo, el monstruo no la ve a ella.

No quería verlo.
No quería saber qué pasaba si me tocaba.
No quería saber qué era.

Solo quería desaparecer.

Pero el aire a mi alrededor se volvió más denso. Más pesado.

Una voz, lejana al principio, rompía el silencio.

—¡Clary! ¡Clary! —escuché una voz, desesperada, lejos pero familiar.

Alguien decía mi nombre. Insistía. Como si intentara alcanzarme desde otro lugar. Sentí que unas manos me sujetaban las muñecas, suaves al principio, luego más firmes. Me sacudían, intentando traerme de vuelta. Pero no quería abrir los ojos. No podía. Temía encontrarme de nuevo con esa mirada infernal. Con esos ojos huecos, helados, que me perseguían incluso dentro de mí.

—Clary… soy yo. Soy yo —la voz cambió. Se volvió más cálida. Más real.

La reconocí. Harry.

Abrí los ojos de golpe, como si el mundo me arrastrara a la superficie tras haber estado demasiado tiempo bajo el agua. Todo se sentía borroso, distante… como un mal sueño del que aún no podía salir. La calle estaba desierta. El aire era frío, casi cortante. Y el frio de la calle quemaba contra mi piel, contra mis piernas, mi espalda, mis manos.

Parpadeé. Confundida. Asustada.

¿Estaba soñando?

Me vi ahí, sentada en la calle. Como en el sueño. Como si estuviera atrapada en uno.
El ardor punzante en mi talón se encendió de golpe, desgarrando mi niebla mental. El vidrio seguía ahí. Dolía. Ahora dolía de verdad.

Harry estaba hincado frente a mí. Me sostenía las muñecas entre sus manos, como si temiera que me desvaneciera si las soltaba. Sus ojos estaban abiertos de par en par, llenos de algo que no había visto antes en él.
Miedo.




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