Y entonces me abrazó.
Sus brazos me rodearon con una calidez que me hizo temblar aún más, como si con ese contacto mi cuerpo por fin pudiera permitirse reaccionar al miedo. Me aferré a él, fuerte. Como si pudiera protegerme de algo que no tenía forma. De algo que tal vez vivía solo en mi mente… o tal vez no.
—Tranquila… —susurró contra mi cabello— Ya estás conmigo. Te tengo.
No me soltó. Se quedó ahí, conmigo, hasta que el temblor de mi cuerpo fue cediendo poco a poco, como si su sola presencia pudiera calmar la tormenta.
Cuando por fin estuve un poco más estable, me alzó en brazos, con cuidado de no lastimarme más el pie. Me sostuvo con una facilidad que me hizo sentir segura. Como si en ese momento, en ese mundo que se caía a pedazos, él fuera lo único que aún se mantenía firme.
Y así, sin decir más, me llevó de vuelta a casa. A salvo. Por ahora.
.
Me recostó en el sofá, apoyé la cabeza contra uno de los cojines. La tela se sentía extraña en contraste con el ardor que me subía por el cuerpo. Apenas podía mantener los ojos abiertos, pero aún así, no quería cerrarlos. No después de todo lo que había visto.
Harry se levantó sin decir palabra y lo escuche caminar hacia la puerta principal. Escuché el grifo abrirse, el sonido de cosas moviéndose, como si supiera exactamente qué buscar.
Cuando volvió, traía un recipiente con agua tibia, unas pinzas para cejas, vendas y gasas. Se arrodilló frente a mí, dejando todo ordenado sobre una toalla. Me miró, serio.
—No va a ser bonito —advirtió con voz baja, pero firme— Voy a sacar el vidrio. Y va a doler.
Asentí en silencio. Cerré los puños con fuerza, preparándome para lo inevitable. Sentí el primer contacto del agua tibia sobre mi piel y respiré hondo. Luego, el frío metálico de las pinzas. Un tirón. Ardor. Un dolor agudo que me hizo apretar los dientes con fuerza, pero no grité.
Mientras él me curaba, yo trataba de asimilar todo lo que había pasado. El corte, la sombra, el miedo. No entendía cómo algo así podía no ser real. ¿Y si no era un sueño? ¿Y si sí? ¿Qué era esa cosa?
.
—No sabía que eras tan bueno en esto —murmuré, entre un suspiro y una mueca de dolor.
Él sonrió, esa sonrisa suave que aparece solo cuando baja la guardia.
—Solo estoy devolviendo el favor —dijo, sin necesidad de explicar más.
Terminó de envolver el vendaje con una delicadeza que no esperaba. Sus dedos eran firmes pero suaves, atentos a cada uno de mis gestos. Me miraba cada vez que se tensaba mi rostro, como si temiera lastimarme más de lo que ya estaba.
Y en ese momento, con el dolor cediendo, la herida cubierta y su mano aún sosteniendo mi pie vendado… sentí que por un instante, al menos uno, todo estaba bien.
.