Demons

53

La luz de la mañana se filtraba por las cortinas cerradas de la ventana que está detrás de mi escritorio. Indicando que el día ya había empezado, aunque mi cuerpo aún no.
Sentía el cuerpo pesado. Los párpados, los brazos, el pecho… hasta el aire que respiraba tenía un peso distinto, como si se negara a entrar.

Seguía con la cabeza bajo las cobijas, abrazando una esquina de la almohada, como si fuera un ancla que me permitiría quedarme más tiempo, con el cabello de seguro hecho un desastre, podía sentir lo enredado que estaba y ver los mechones rebeldes cayendo sobre mi rostro. La piel , pegajosa, me recordaba que la noche había sido larga y difícil. En el pie vendado, un pulso constante me confirmaba que no había sido una pesadilla… que todo había pasado.

Me gire, quedando boca arriba y fijando la vista en el techo, repasando en mi mente lo que había pasado la noche anterior. El contacto tan cercano que tuve con Harry, cada beso, cada caricia… y cómo la noticia de Yasmine interrumpió esa intimidad. Suspiré.

Recordé también la pesadilla de anoche, la misma que me llevó a salir de casa y lastimarme. Se sentía extraño haber estado sonámbula, como si en realidad no estuviera dormida. Esa sensación tan real me hacía cuestionar si, en verdad, estaba dormida… o si me había pasado antes sin que yo lo notara.

Me giré hacia la derecha, esperando encontrarme con su mirada. El otro lado de la cama estaba desordenado… pero vacío. Fruncí el ceño con extrañeza, ¿Por qué Harry no está aquí?, ¿Estará en el baño?. Me incorporé con esfuerzo, revisando con la vista que la habitación siguiera en orden, no quería enfrentarme a la idea de que fuera otra pesadilla.

Cuando me puse de pie, un peso denso me recorrió los hombros, las piernas, los brazos, como si cada músculo se negara a moverse. Avancé arrastrando los pies fuera de la cama, aún en pijama, probablemente con el rostro marcado por el sueño y el aliento denso de diez horas de silencio.
Al salir de la habitación, noté que la puerta del baño estaba abierta, lo que confirmaba que no estaba ahí. Seguí por el pasillo que parecía más largo, más frío que de costumbre, y el aire helado se pegaba a la piel. Baje las escaleras lentamente, con el sonido de mis pasos apenas perceptible, casi tragado por la quietud de la casa.

Conteniendo un silencio que no solo se escuchaba… se sentía. Un peso invisible que se apoyaba en mis hombros y me apretaba el pecho. No era el silencio cómodo de la madrugada, ni el silencio limpio de una habitación vacía. Este estaba vivo, espeso, como si me observara desde cada rincón.
Por un momento creí estar sola.
Hasta que un ruido suave, que provenía de la cocina, el roce metálico de algo contra la encimera, interrumpió el silencio.




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