Demons

56

Me quedé ahí, sin moverme, con la certeza de que ya nada volvería a ser igual, pero sin entender del todo qué era lo que había cambiado entre nosotros.
Me dolía la cabeza. No de esas punzadas suaves que se calman con un respiro, sino de un peso constante, como si cada pensamiento fuera una piedra que se apilaba encima de mí. Y justo por eso… no quería verlo, no quería fingir una sonrisa que no sentía.

No quería irme con él a la escuela, sentarme detrás de él en su moto como si yo no tuviera una grieta llena de dudas, no quería enfrentar esa realidad forzada que se apilaba sobre nosotros como si nada hubiera pasado.

Tomé mis cosas y salí de la habitación, sintiendo que el aire se espesaba a cada paso. El piso crujía bajo mis pies, y aunque traté de moverme rápido, todo sonaba demasiado fuerte en el silencio de la casa.

Estaba abriendo la puerta cuando escuché sus pasos en las escaleras. Lentos, firmes. Bajaba ajustándose la chaqueta negra, esa que siempre lo hacía parecer más serio… más distante. No llevaba nada más en sus manos.

—Clary, espérame. Vamos juntos —dijo con tono tranquilo, sin saber todo lo que me hervía por dentro.

—Prefiero caminar —respondí, sin mirarlo, aferrándome a la manija de la puerta como si fuera una salida de emergencia.

—Clary... —pronunció mi nombre, despacio, como si quisiera detenerme con solo el sonido de su voz. Pero no llegó más lejos.

—¿Podemos olvidar lo que pasó anoche? —lo solté de golpe, como si me hubiera quemado y necesitara apagar el fuego ya.

No tenía fuerza para adornarlo, para suavizarlo, para hacerlo menos violento.

Solo quería… callarlo todo. Borrar las imágenes. Silenciar las preguntas que me taladraban la cabeza desde que amanecí.

El silencio fue duro. No hubo palabras, solo el peso de su mirada atravesándome. Una presión invisible que me dejó sin aire.
Por dentro, me sentía rota. Como si un cristal se hubiera agrietado en el centro de mi pecho, en un lugar tan profundo que no había forma de llegar para repararlo.

Él asintió. Una sola vez.
—Pero solo si vienes conmigo a la escuela.

Tragué saliva.
Asentí también.

Olvidar el drama, borrar lo que no debía haber pasado, fingir que no me afectaba. Mentirme, ese era mi plan.

Mentirme para sobrevivir el día.

Pero mientras bajaba el primer escalón hacia la calle, supe que aunque lo olvidáramos… aunque no habláramos más de ello… la grieta ya estaba ahí. Y las grietas, tarde o temprano, se hacen cada vez más visibles.




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