Demons

58

Harry iba a mi lado, no demasiado cerca, no demasiado lejos, como si supiera exactamente la distancia que me mantenía estable.

Y yo… yo solo podía preguntarme si en su mente todavía quedaban mis besos, o si para él, todo había quedado archivado en esa parte de la memoria donde van las cosas que no importan.

Ya en el auto, Isaac conducía como si la calle le perteneciera, Logan, en el asiento del copiloto, le seguía el juego con comentarios que parecían más un duelo de chistes internos que una conversación real.
Harry y yo, atrás.

Él se limitó a mirar por la ventana, con el brazo apoyado en la puerta y la mandíbula tensa. Ni un cruce de ojos. Ni un gesto, como si el cristal fuera más digno de su atención que yo.

Yo, mientras tanto, intentaba seguirles el ritmo a los otros dos.

Me forcé a reír en el momento justo, a soltar un “sí” o un “claro” cuando me preguntaban algo. Pero por dentro… mi cabeza era un circuito cerrado: ¿por qué no me mira? ¿Qué cambió? ¿Qué está pensando? ¿Y si no está pensando en nada? ¿Y si para él fue… nada?

Me repetía que no lo pensara. Intentaba no sentirlo, no dolerlo.

Al llegar al restaurante, Isaac prácticamente saltó del auto antes de que este se detuviera del todo. Logan lo siguió, riendo como si fueran cómplices de algo que yo no alcanzaba a entender.

Yo me quedé atrás, el cinturón todavía abrochado. Harry tampoco se movía, y por un segundo pensé que diría algo. Algo que, de alguna forma, me devolviera el aire. Pero no. Solo abrió la puerta y bajó, sin esperar, sin mirar atrás.

Me quedé ahí, sintiendo el eco de mi propia respiración en el interior del auto. Afuera, las risas de Isaac y Logan sonaban distantes, casi irreales.
Y yo… sin entender qué apuro tenían ellos.

Fue entonces cuando sucedió.
Una punzada, rápida, fuerte. Como si alguien hubiera insertado un alfiler ardiente directo en mi cráneo.
El mundo se volvió inestable, tambaleante, como si el suelo dudara de su propia existencia y no supiera sostenerme.

Parpadeé, intentando anclarme a algo, a cualquier cosa… pero todo giraba. Retrocedí un paso, buscando apoyo, pero sentí que el aire me empujaba en la dirección contraria.

Lo último que vi fue a Harry. Su rostro estaba tan cerca que podía ver la tensión en sus cejas, sus manos sujetándome la cabeza como si temiera que fuera a romperme en pedazos.

—¡Isaac! —gritó, y su voz sonó desesperada, quebrada

El mundo se cerró sobre mí. Todo se volvió negro.

Voces lejanas, luces que se filtraban a través de mis párpados cerrados, parpadeando como si no pudieran decidir si quedarse o irse, un zumbido constante que me llenaba los oídos hasta opacar cualquier otro sonido. Sentía la cabeza pesada, el cuerpo sin fuerza.

Intenté moverme, pero la cabeza me pesaba como si estuviera hecha de piedra.

Mi cuerpo… sin fuerza, sin voluntad.

Solo esa sensación extraña de estar atrapada entre dos lugares: uno donde todo dolía, y otro donde nada existía.




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