Demons

60

—¿Puedes verme? —pregunté.

Asintió, con esa ternura desarmante de los niños.

—¿Qué haces aquí? —me dijo, ladeando la cabeza con curiosidad.

—No lo sé... ¿Tú podrías decirme dónde estamos? —le sonreí amablemente, buscando no asustarlo.

—Estamos en la casa de la señora Dione —contestó, como si fuera lo más obvio del mundo.

—Cariño, ¿con quién hablas? Te he estado buscando —preguntó una mujer al aparecer en el pasillo.

—Con ella —respondió el niño, girando para señalándome.

La mujer me miró con extrañeza, como si intentara enfocar algo que no podía ver del todo, tal vez no me miró. Quise decir algo, pero me contuve, algo me decía que no debía.

—Vamos, ya es hora —dijo con suavidad, tomando al niño de la mano y alejándose.

Lo vi mirar hacia atrás una última vez. En su gesto había preguntas, o quizá eran las mías reflejadas en esos ojos azules imposibles de olvidar. Suspiré. Otra oportunidad que se me escapaba, quería respuestas, y solo conseguía más preguntas.

Me quedé ahí, sintiendo que el silencio volvía a ocuparlo todo.

Y entonces abrí la puerta. Un vacío blanco me envolvió. No había nada, solo una luz creciente que se volvía insoportable y cegadora.

Cerré los ojos. Cuando los abrí otra vez, estaba acostada de nuevo, estaba en una habitación distinta, más viva. Y Harry estaba ahí.

—Hola —murmuré con la voz áspera.

—¿Cómo te sientes? —preguntó él, inclinándose hacia mí con preocupación.

—Bien —mentí, mientras me incorporaba, sintiendo que la cama giraba lentamente, pero fingí que no pasaba nada.

—¿Segura? ¿No te duele nada?—insistió.

Asentí, aunque en realidad cada parte de mi cuerpo pesaba demasiado, y mis músculos ardían.

Entonces escuché otra voz, femenina, curiosa.

—Hola, Clarissa. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?—

Giré la cabeza y la miré, una chica que estaba de pie a un lado de la habitación, con un color de cabello de un rojo tan profundo como el atardecer más intenso, caía en una trenza que parece tejida con fuego. Tiene esa mirada, verde, clara, cortante, que parecían mirarme más allá de la piel, como si supiera cosas de ti antes de que las digas. En su cuello colgaba un collar con una piedra tallada e irregular. Llevaba puesta una blusa de lino claro, atadas al frente con cordones cruzados, caminando hacia mi con una elegancia imposible de ignorar.

No quería repetir la misma respuesta, así que solo asentí.

Ella me sostuvo la mirada, seria, como si analizara cada gesto.

—Te desmayaste. Ahora necesito saber si puedes ponerte de pie —dijo ella, mirándome con seriedad, extendiéndome su mano.

La miré con confusión. ¿Quién era ella? ¿Por qué estaba ahí? ¿Cómo sabía mi nombre?. No entendía por qué quería que me parara, así que fruncí el ceño.

La tensión en el ambiente era visible. Harry me miraba como si temiera que volviera a desvanecerme, Isaac estaba en el fondo de la habitación, de pie, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, observando todo en silencio. Y esa chica pelirroja… me ofrecía su mano, esperando, como si con ese simple gesto yo estuviera a punto de decidir algo importante, aunque no supiera qué. Aun así, obedecí y acepté su ayuda.




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