Demons (libro 2. Ángel Rebelde)

Los otros

El auto se detuvo ante una edificación de aspecto antiguo, Samael bajó y caminó directo hacia la puerta que se abrió antes de que él llegase.

  • Lord Randall – saludó un sujeto de edad indefinida

Samael no se molestó en contestar, sino que caminó hacia un salón. El interior de la casa estaba en consonancia con el aspecto exterior, derrochaba lujo, aunque el mismo podía resultar recargado y de mal gusto. A pesar de que eran apenas las 6 de la tarde, el salón al que ingresó Samuel parecía un club nocturno; la música atronaba, el humo de los cigarrillos desdibujaba los rostros de los presentes, y el olor a alcohol y a otras sustancias mucho más nocivas, se mezclaba con el de los perfumes caros. Samael paseó la mirada por el entorno tropezando con unos ojos cuyo dueño no era de su especial agrado. Como Samael era arrogante en grado de exasperación y pensaba que el mundo debía marchar de acuerdo a sus deseos, caminó hacia el individuo en cuestión.

  • ¿Qué estás haciendo aquí?
  • No tengo por qué darte explicaciones, mis asuntos con Nael no lo son tuyos

Un peligroso brillo titiló en los ojos de Samael, pero antes de que pudiese hacer o decir nada, escucharon una voz cercana.

  • ¡Andras!

Una sonrisa burlona se dibujó en los labios de Andras y retiró la mano del bolsillo a donde se la había llevado seguro de que tendría que defenderse de Samael.

Andras era un descendiente de Camel, uno de los primeros doscientos, y su principal característica es que era un mercenario. Si bien Andras se identificaba con el bando del caos por su comportamiento y acciones, era lo que podría llamarse un agente libre, pues no militaba en las filas de Satanael como su progenitor, sino que vendía sus servicios a quien pagase mejor.

Aunque podría pensarse que un ángel caído o su progenie, no necesitaba de nada para vivir, aquellas criaturas habían sido condenadas a habitar en el mundo de los seres humanos, y por tanto, tenían las mismas necesidades que éstos, es decir, necesitaban alimento, vestido, vivienda, etc., y lo que variaba era la forma de procurarse todo lo anterior. Era verdad que ninguno pasaba necesidad, porque todos poseían habilidades extraordinarias, pero algunos eran más ambiciosos que otros y explotaban sus habilidades de diferentes formas y con diversos niveles de éxito. Andras por ejemplo, se dedicaba a perseguir a quien le indicasen y no le importaba mucho si quien se lo encargaba era un caído, un descendiente, que eran sus clientes más habituales, o un ser humano común, así como tampoco le importaba si lo que quería quien encargaba el trabajo era corromper un alma o despachar de este mundo a alguien, y siempre que pagasen adecuadamente por sus servicios, él estaba dispuesto a brindárselos. Y por otra parte, en sus ratos de ocio se dedicaba a otro lucrativo negocio, la distribución de estupefacientes.

  • ¡Sam! – dijo el individuo que se había acercado, en el mismo tono alegre con el que había saludado a Andras

Ambos se giraron y vieron avanzar hacia ellos a un sujeto de estatura considerable, cabello castaño y en desorden, ojos chispeantes y enrojecidos, y una barba en forma de candado que era todo lo que cubría su humanidad, porque por lo demás, iba completamente desnudo.

  • Señor – saludó Andras sin demostrar sorpresa alguna y como si fuese la cosa más natural del mundo que aquel sujeto se pasease en aquel estado  por un salón lleno de personas.
  • Vamos, vamos querido – dijo el hombre pasando un brazo por encima de sus hombros cuando llegó hasta ellos – nos conocemos desde hace mucho tiempo para tanto formalismo ¿Qué sucede contigo Sam? – preguntó girándose hacia Samael – ¿Acaso no es de tu agrado lo que ves? Porque si es así solo tienes que decirlo y enviaré a alguno de mis chicos a traerte algo más de tu gusto
  • Lo que no me gusta son tus compañías, Nael
  • ¿Lo dices por el pequeño Andras? – preguntó en el mismo tono alegre y miró al chico – ¿Qué has estado haciendo para molestar a Sam, pequeño pillo?
  • Pregúntaselo a él – contestó Andras

Por un momento Samael consideró el decírselo, pero aquello habría significado exponer a su hija, y lo último que necesitaba era que aquel infeliz supiese que en realidad Lil lo era, ya que hasta que llegase el momento oportuno, le convenía que todos siguiesen creyendo que era adoptada.

Cuando Samael se había enterado que Andras iba tras Lil, había hecho que lo llevasen ante él, y después de advertirle de la forma más clara posible que la dejase en paz o se encargaría de hacerlo encerrar, Andras había asumido que Samael quería a Lil y no como padre precisamente; él había notado que ella era una nephilim y que parecía no saberlo, algo que desde su propia experiencia era normal, ya que sabía el peligro que corrían antes de cumplir veintiuno, y lo que extrañaba a Andras, era que Samael la hubiese adoptado, de manera que después de la desagradable conversación con él, decidió que solo había un motivo para aquel especial interés. Aquel convencimiento lo llenó de ira, pero, aunque pensó en acudir a su padre para que lo ayudase a sacar de en medio a Samael, finalmente tuvo el buen juicio de no hacerlo, porque, aunque Camel era un caído de los primeros doscientos, Samael era uno de los Nueve y Camel no podía desobedecerlo, y aun suponiendo que estuviese dispuesto a hacerlo, eso podría acarrearles la ira de Satanael, pues Samael era una especie de segundo al mando. De modo que por una combinación de instinto y buen juicio dejó el asunto así, aunque seguía sintiéndose enfermo cada vez que veía a Kellen al lado de Lil, ya que sabía que aquel desgraciado solo cuidaba a la presa de su jefe. Este conocimiento no había evitado que tuviese varios altercados con Kellen, pero aunque Andras tenía muchos años, Kellen era un caído y él un descendiente, de manera que siempre terminaba en muy mal estado, porque si bien no podía morir, las heridas causadas por un ángel caído o no, eran terribles para cualquier nephilim.




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