Demons (libro 2. Ángel Rebelde)

En casa

Lil había sido una chica normal hasta hacía muy poco; la primera etapa de su infancia había sido feliz, y aunque su padre no era del tipo afectuoso, su madre que sí lo era, suplía con éxito aquella carencia. Lil había llegado a pensar que aquella falta de afecto obedecía a que en realidad él no era su padre y así se lo hizo saber a su madre, pero ésta le había dicho que no era así, pues había sido él quien se empeñase en adoptarla cuando ella era casi una recién nacida y que sin duda la amaba, de suerte que fueron más las palabras de su madre que la actitud de Samael, las que habían convencido a Lil de un amor paternal del que ahora dudaba.

Otra cosa que posiblemente había contribuido a fomentar esa creencia, había sido el hecho de que él no quisiese tener más familia, pero lo que Lil no sabría hasta fecha reciente, era que tenía muchos otros hermanos. Samael en realidad lo que no había querido era tener más problemas de los ordinarios con otro niño en casa, pues sabía de primera mano que ningún hijo de Lilit soportaba a otros niños, pero en el caso de las hembras era mucho peor, y lo más probable habría sido que la pequeña Lil se las hubiese arreglado para deshacerse de un hipotético hermano menor. Aquella era una maldición extra que se había agenciado Samael de forma inadvertida, pero con la que tendría que cargar por el resto de su existencia.

Otra característica muy destacada de la personalidad de Lil y que sin lugar a ninguna duda en este caso era herencia de su progenitor, era su combatividad, asunto éste que quien solía sufrirlo era el propio Samael y había tenido que soportar los furiosos ataques de Lil cuando algo no le parecía, así como su forma directa de decir aquello que la disgustaba o la preocupaba, sin tener en consideración cómo podría afectar esto a los demás. En la escuela había sido un calvario, aunque quien lo había sufrido había sido su madre, ya que era a quien llamaban cada vez que Lil sacaba de sus cabales a sus maestras, pero una vez que murió la pobre mujer, Samael se vio forzado a resolver los conflictos que su hija ocasionaba hasta que decidió que era el momento de hacer algo para controlar tanto el genio como las otras habilidades que ella poseía, y así fue como Azrael ideó la droga que Lil había estado ingiriendo desde los trece o catorce años.

No obstante, Azrael le había advertido que a media que se acercase el final del ciclo de crecimiento, la droga iría perdiendo efectividad, y que a menos que quisiese matarla antes de que alcanzase la inmortalidad, era imposible aumentar la dosis.

Samael siempre había confiado en Kellen para la protección de su hija, porque aparte de que era un ángel caído, era uno muy poderoso con rango de cazador, de manera que podía vérselas perfectamente con cualquier nephilim y además estaba en capacidad de protegerla también de un posible ataque shedim que era al menos a juicio de Samael lo más peligroso. Sin embargo, cuando Lil comenzó a crecer Samael incluyó a Sebastian en la vigilancia, no porque no confiase en la capacidad de Kellen, sino porque según Azrael, ya la energía de Lil comenzaba a percibirse y esto atraería invariablemente no solo a otros nephilims, sino a los guardianes y en algún momento Kellen podría necesitar ayuda, aunque éste nunca estuvo de acuerdo. Cuando surgió el inconveniente enamoramiento de Kellen, Samael tenía el muy sincero deseo de matarlo, y no precisamente porque se hubiese enamorado de una hija suya, sino que lo había hecho de esa hija, y eso resultaba muy inconveniente para sus planes. Samael era perfectamente consciente de que hiciese lo que hiciese, no podría suprimir aquel sentimiento, pues no tenían la potestad para ello, de manera que como no quería perder a uno de sus mejores hombres, se decantó primero por el castigo enviándolo él mismo a Bayal, y después por un arduo trabajo de persuasión para convertir aquel amor en adoración, convenciéndolo de que estaba bien que la amase, pero que debía hacerlo como a su futura soberana. Con lo que no contó Samael, o lo había olvidado muy inconvenientemente, fue con que el amor de ciertos ángeles no era suceptible a variar, y precisamente debido a eso, Kellen seguiría amando a Lil y esto lo llevaría a sacrificarse a sí mismo de cualquier manera para protegerla a ella, pero Samael estaba muy próximo a darse cuenta de su error.

 

El día había transcurrido con total normalidad y de hecho Samael se había conducido de forma tan encantadora, que Lil si bien no había olvidado lo que sabía, casi lo puso en duda. Sin embargo, hacia el final de la tarde y cuando los efectos de la droga parecían haber disminuido, el férreo control que Samael había venido ejerciendo para que ella se olvidase que había ido allí con alguien, comenzó a quebrarse.

  • Tengo que ir por Kenny, no es correcto que lo haya invitado y ahora no me ocupe de él – le dijo a Samael cuando se dirigían al comedor

Él logró disimular su sorpresa y actuó con tanta naturalidad como le fue posible mientras avisaba a los involucrados que se presentasen en el comedor.

  • Por supuesto – le dijo a Lil – y ya debe estar camino al comedor

Ella se sintió más tranquila al escuchar aquello y efectivamente tanto Kellen como Zaveve los estaban esperando. No obstante, después de la comida Samael la miró y Lil fue consciente, por primera vez en su vida, de estar siendo sometida a coacción mental.

  • Dile a tu amigo que vaya a descansar

Aquella voz helada se le coló en el cerebro y en las venas, y aunque su primera intención fue negarse, algo la hizo entender que era mala idea, así que actuó como si nada estuviese sucediendo.

  • Kenny, es mejor que vayas a descansar y nos reuniremos mañana para ir a montar
  • Claro – contestó él




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.