El salón era grande lleno de estantes con libros, pergaminos, documentos de todo tipo, unos viejos y derruidos, otros nuevos y de reciente edición, unos sillones ya algo desgastados, pero lucían cómodos, escritorios llenos de papeles, la luz era tenue casi a oscuras, en un ventanal del tamaño de la pared estaba un telescopio bien posicionado hacia algún punto en específico, un perro border collie blanco con negro estaba tirado en una alfombra, y una gatita siamesa café con negro, de ojos azules, estaba recostado en uno de los sillones, se notaba que su amo se preocupaba por ellos ya que estaban bien cuidados. En uno de los escritorios un hombre de unos 45 años, con un traje de etiqueta, que en alguna ocasión fue un hermoso traje nuevo, a la media y bastante caro, ahora era solo un traja gastado y visiblemente viejo, pero el hombre lo llevaba puesto con pulcritud, de una estatura tan alta que sobrepasaba el metro ochenta, de cuerpo fornido, muy ancho en su espalda y pecho, una cabellera oscura abundante, ojos grandes de tono café, una nariz muy recta, en general era muy agraciado. Al parecer por su salón, era donde pasaba la mayoría de las horas del día o de la noche, estaba muy ocupado escribiendo algo en un documento, parecía muy apurado antes que se le fuera la idea de su mente.
La puerta se abrió de repente, en el umbral Gwen con su cuerpo rígido, en completa tención como esperando una pronta respuesta de agresión, no usaba un vestido largo con olanes, un ceñido corset, ni miriñaque, como usaban las damas a principio de 1900, por el contrario usaba unos ceñidos pantalones de cuero negro, una cómoda camisa blanca y una larga casaca, los ojos de las dos personas se encontraron frente a frente, ella con mirada amenazante y la de él tranquila pero con algo de curiosidad por la persona que estaba parada en la puerta de su salón, el perro de inmediato se levantó y comenzó a gruñirle dejando ver sus grandes colmillos.
-Draco cálmate, – le dijo su amo, el perro de inmediato tomó una posición amistosa, bajando la melena de su lomo, dejando de gruñir, - pocas veces recibimos visitas, y tú que las recibes con esa actitud ¿qué van a decir de nuestra cortesía? – la joven algo desconcertada entró a la habitación dando unos pasos y sacando dos cuchillos de su espalda.
- ¿Vlad Drácula? – el interrogado hizo un mohín de desagrado.
-Nunca me ha gustado ese apodo popular, - decía mientras iba al telescopio y se ponía a observar, continuó diciendo, - es verdad que mi padre y yo pertenecíamos a la orden del dragón y mi padre Vladislao adoptó el nombre de Dracul, pero yo no, a mí solo llámame Vlad Tepes, – la joven mujer con toda precaución y con los cuchillos extendidos enfrente de ella se acercaba lentamente hacia él – y puedo preguntar ¿qué hace una joven entrando a mi casa, irrumpiendo en el salón más privado para mí, y amenazarme con dos dagas?
- ¡Vine a matarte! – contestó algo nerviosa, pero con mucha decisión.
-Ah ya veo, eso va a estar un poco difícil - Vlad dejó de mirar por el telescopio y fijó la mirada en ella, - al menos comenzamos bien, las hojas de tus dagas son de plata, bien por ti conoces bien las leyendas, - Vlad se fijó en la joven hermosa que lo estaba enfrentado, de abundante cabellera castaña y hermosos ojos verdes, de inmediato quiso saber sobre ella, - ¿puedo preguntar quién es mi inquisidora?
-Mi nombre es Gwen Talbot – dijo con decisión, Vlad de inmediato supo de qué familia se trataba. Vlad hizo un movimiento con la agilidad de un rayo y la desarmó, ella quedó impresionada pero no abandonó su valor y le dio unos cuantos golpes rápidos, el pobre de Vlad no pudo esquivarlos, ella también era ágil, trató de someterla tomándole las manos, pero no quería hacerle daño, ella se zafó y salió corriendo tan rápido que Vlad solo la vio desaparecer, quedando un poco atónito por lo que acababa de suceder, luego vio las dos dagas que ya hacían en el suelo, las tomó y las examinó notando en su hoja el escudo de la familia Talbot, dos lobos encontrados enmarcados en un círculo.
- ¿Pero de qué se tratará todo esto? – se dirigió a su perro, luego tomando a su gatita se sentó en el sillón acariciando su suabe pelaje.
Gwen entró a la habitación de la posada algo agitada por el reciente acontecimiento.
-Eleana ¿dónde estás? Ya nos queda muy poco tiempo.
Un par de días después Gwen recibía una misiva en su propia habitación.
Señorita Gwen Talbot:
Permítame invitarla esta noche a cenar en mi mansión, la cual ya sabe bien la ubicación, tal vez podamos hablar y despejar algunas dudas, su visita del otro día me dejó con muchas preguntas en el aire, y si teme por su seguridad le aseguro que de haber querido tomar represalias por el incidente del otro día, ya lo habría hecho, y para que se sienta más cómoda yo mismo le entregaré las dos dagas que pertenecen a su familia.
Vlad Tepes
Gwen fue con el joven que llevaba la carta y le dijo que le dijera al conde que su respuesta era afirmativa. Cuando el joven estuvo de regreso a Vlad le complació escuchar la respuesta.
Gwen llegó a la mansión la puerta estaba abierta, le pareció que el conde así la había dejado, si ya había entrado sin siquiera tocar una vez para qué tener esa formalidad ahora, entró de nuevo pero ahora si se fijó en la gran casa, el recibidor y la sala principal eran amplios, decorados con buen gusto, pero con algo de polvo, se notaba que ahí no vivía nadie de servidumbre, solo el conde con sus mascotas, los cuadros de su familia colgaban en las paredes, la luz era tenue como a él le gustaba, ya lo había notado cuando entró en el salón de estudios, buscó el comedor, parecía que en esa habitación si se había esmerado en tenerla bien arreglada, una mesa con un fino mantel, un centro de mesa con abundantes flores, fruteras, una loza fina, copas de cristal, los muebles limpios y bien ordenados, y aunque contaba con electricidad, por alguna razón el conde prefería la luz de las velas, un solo plato contenía algo muy apetitoso.