El expreso de medio oriente estaba a punto de salir, llevando consigo a dos seres algo extraños, su larga travesía los llevaría por Alemania, Viena, Budapest hasta llegar a Bucarest, su travesía duraría días. Tanto ella como él rivalizaban en belleza, a la vista de los que iban en el tren, eran una hermosa pareja de recién casados, nadie se podía imaginar que en sus cabezas circulaban pensamientos muy diferentes a una atracción entre ellos, Denis estaba algo entretenido en ver los nuevos paisajes y ciudades por los que no había estado en su larga vida, sin quererlo aceptar, se sentía muy emocionado, luego pensó en que se toparía por primera vez con seres sobrenaturales como él, al volverse a ver a su compañera la encontró ensimismada en sus propios pensamientos, Eleana solo pensaba en cómo prevenir la catástrofe que se avecinaba.
-Le parecerá extraño viajar acompañada por alguien al que se supone que debería de haber eliminado.
-El fin justifica los medios, en ocasiones hay que unir fuerzas para un bien común. – Le dijo en tono serio, al parecer Denis se había topado con alguien igual que él.
-Me parece que el trayecto será lago.
-Semanas señor Vian, largo y pesado. – Le dijo en el mismo tono que una mamá se dirige a un hijo quejumbroso.
-Eso es lo que estoy viendo.
Estaban en el vagón comedor, disfrutando de la cena, ella se levantó y le dijo…
-Yo me retiro, estoy muy cansada.
-Adelante pase buenas noches – Denis se quedó viendo por la ventana, lo que el tren iba dejando.
Más tarde se levantó para ir a su camarote, cuando de repente se abrió una puerta topándose de frente con Elena con una bata negra adornada con flores loto de ceda mostrando una hermosa figura, su cabellera rubia caía hasta la cintura, sus ojos se encontraron, ella se sonrojó, dándole color a su hermoso rostro blanco.
-Señorita Belmont.
-Barón, no se ha acostado aún.
-No, ¿a dónde va a estas horas?
-No puedo dormir, no estoy acostumbrada al tres, iba a tomar un poco de aire.
-La acompaño.
-No necesito escolta, pero es usted bienvenido – llegaron hasta la orilla del vagón, donde salieron al aire libre, para ver un paisaje montañoso oscuro iluminado por la luna, el viento movía los cabellos de Eleana, Denis podía respirar su esencia, y era deliciosa, cerró los ojos para poder disfrutarla, ella se le quedó viendo, que guapo era, también el viento le movía su cabello castaño alborotado, sus labios perfectos enmarcados por una sedosa barba, estaba pensando en echársele encima, cuando él abrió sus ojos rojos imponentes, ella se sonrojó, parecía que él sabía sus intenciones de querer besarlo.
-El clima es freso aquí afuera – dijo ella – me estaba empezando a dar mucho calor.
-Si el tres está algo sofocante.
-Si el tren – dijo ella con una sonrisa tímida, no quería que descubriera, que era él el que la hacía sentir su cara caliente, y más teniéndolo así de cerca.
-Me gusta – dijo mirando sus labios.
- ¿Qué es lo que le gusta? ¿El paisaje?
-No, su acento – le dijo en su tono serio – como pronuncia las rerres.
-Ha de ser porque soy rumana – le dijo haciéndose un poco para atrás, para tomar distancia y no estar tan cerca de él.
-Se le escucha muy bien.
-Yo ahora mismo quiero salir de aquí, digo, ya me está dando frio, ahora quiero volver a mi camarote – dijo con la voz entrecortada nerviosa, y salió disparada dentro, dejando a Denis con una media sonrisa, la que siempre pone cuando sabe que tiene una presa.
Pasaron los días de viaje, cada vez que el tren paraba en alguna ciudad ambos bajaban a estirar las piernas y a conocer el lugar, con el tiempo que les daba el tren, y vaya que las ciudades por donde pasó el expreso eran hermosas, para dos seres que tenían un corazón frio fue muy agradable ver todo aquello, se sintieron más animados y empezaron a tenerse confianza.
-Hay algo que me ha estado rondando la cabeza.
- ¿Qué es señor Vian? – hablaban mientras caminaban por calles de Viena viendo los edificios de monarquías pasadas.
-De haber terminado con mi vida ¿cómo lo hubiera hecho?
-No es fácil terminar con un ser como usted, para saber que realmente no volverá a poner un pie sobre la tierra hay que decapitarlos. – El simpático acento de arrastrar las erres le agradaba a Denis sobre manera, no sabía el por qué, pero realmente le agrava escuchar a la mujer, se le quedó mirando con sus ojos rojos, ella se intimidó, él lo supo y hablándole muy cerca le dijo…
-Y dicen que yo soy la criatura salvaje.
-Esa es la única forma señor Vian – le lijo apartándose para estar más lejos de él.
- ¿Ha terminado con muchos? – Le preguntaba mientras caminaban lento, mirando todo alrededor, como cualquier pareja de turistas.
-Si, mi familia comienza el entrenamiento desde pequeños, tal vez usted solo vea a una jovencita, pero sé cómo darle una paliza a alguien.
-Pues tiene razón, no me la imagino en una pelea.