Perdí la movilidad de mis piernas la misma noche en que perdí a Beatrice, la noche en que celebrábamos nuestro primer aniversario como novios, trece de marzo, cuando íbamos en taxi al cine para ver una película romántica; luego de eso, ir a cenar al restaurante de comida francesa a degustar de un rico Boeuf Bourgignon. Pero nada de eso sucedió. Una mujer se atravesó en el camino y el taxista, para no atropellarla fue a parar al pinar ubicado en la Carretera Austral, en donde a Beatrice se le fue el alma del cuerpo y yo quedé inconsciente.
Al enterarme de la pérdida de mi amada me sumí en la tristeza y en la soledad total de mi interior. Nada era igual, Beatrice estaba muerta y yo paralítico, odiando al mundo junto con sus habitantes. Ella siempre fue mi razón de ser, por ella amé los libros y los mundos ficticios. Todo el tiempo me decía que quería vivir en un libro, así como Dedo Polvoriento en corazón de Tinta y capricornio y sus malhechores. Era una llega irreal, lo que hacía de mi existencia un gozo nuevo, una oportunidad nueva de ver cada día la vida de perspectivas diferentes. Es por ello que leo tanto: busco a mi Beatrice en la infinidad de historias que en el mundo habitan, en los personajes más irreales que cualquier autor pueda crear.
Precisamente así fue como la conocí: ella estaba recostada de una columna del café donde solía ir cada mañana, estaba leyendo ─lo recuerdo muy bien─ La Divina Comedia. Y por alguna extraña razón me tropecé con ella, pero al contrario de enojarse, sonrió y me dijo que tuviera más cuidado. Esto hizo que se me llenara el ánimo y le invitara una taza de café.
─ ¿Me sobornas con una taza de café para que no te denuncie a la policía por haberme golpeado? Preguntó sarcásticamente mientras ponía su libro es una cartera que había permanecido en el suelo.
─No, no, para nada, es solo que… que ya que te he sacado de tu lectura podría compensar el mal rato.
Así comenzó todo. Fuimos amigo por alrededor de dos meses y después nos hicimos novios. Una relación duradera, lleno de momentos felices, una historia de amor que, se suponía, no tendría final; ¡ah!, pero sí lo tuvo, lo tuvo la misma noche en que le iba a pedir que fuera mi esposa. Todavía imagino el sí que obviamente me daría.
¿Qué más da? Ya han pasado dos años desde que la perdí, debo seguir mi vida sin olvidar lo que ella significa para mí, debo seguir mi vida solo, siempre buscándola en cada libro, cada página, cada noche triste y llena de soledad.
Cada trece de marzo pido que me lleven al café donde la conocí. Allí puedo verla en el pasado con su pelo enmarañado, lentes enormes y unos labios carnosos que se reían por cualquier estupidez mía. Todavía la contemplo, risueña y dotada de una belleza perfecta, capaz de volcar mi mundo sobre el suyo. Nunca imaginé perderla, pero donde quiera que se encuentre, sé que estará esperándome.
Otras veces solo me pongo a pensar en cómo sería nuestras vidas si, después de aquel accidente, yo igual estuviera paralítico y ella estuviera viva. No tengo idea si estuviera a mi lado, no lo sé.