Buenas Noches
Baekhyun cerró los ojos para contener las lágrimas y se limpió las mejillas con las palmas de las manos.
—Debo poner fin a esta costumbre de llorar —dijo en voz alta, como una distracción a su tristeza—. También debo dejar de jadear, tragar saliva, temblar, gritar, y sobreactuar en general cuando… —Entonces recordó otra vez que no había encontrado a Sehun y abrió los ojos alarmado.
El búho blanco todavía estaba volando sobre él, pero en otros aspectos la escena había cambiado. Estaba de pie en las escaleras de su casa y fuera estaba oscuro.
Levantó la mirada para observar al búho. Lo rodeó por última vez, encontró una ventana abierta, y voló hacia la noche. Entonces Baekhyun subió corriendo las escaleras de dos en dos, gritando:
—¡Sehun! ¡Sehun!
Estaba en su cuna, ligeramente dormido. No pudo menos que alzarlo y abrazarlo. Él abrió los ojos soñoliento, pensando en llorar, pero decidió que estaba en una situación bastante buena sin llegar a eso, así que en cambio sonrió. Baekhyun recogió a Teolaegi del suelo y le puso al niño el peluche entre los brazos, diciendo:
—Aquí está, Sehun. Es tuyo. —Luego lo metió en la cuna de nuevo. Se quedó directamente dormido.
Él se quedó allí con él durante un largo rato, viéndole respirar pacíficamente, con Teolaegi entre los brazos.
De vuelta a su propia habitación, la luna llena brillaba fuera de su ventana. Dejó las cortinas abiertas, para verla. Si se iba a la cama rápidamente, la luna estaría todavía brillando cuando apagara la luz. El despertador junto a su cama reflejó que era pasada la medianoche. Sus padres estarían de vuelta del espectáculo en cualquier momento.
Se sentó ante el tocador y tomó un cepillo pero su atención se dirigió a las fotografías que tenía por todo el espejo, su madre y Donghae, sonriéndose mutuamente como jóvenes amantes, los pósteres firmados, las historias de chismes sobre affairs románticos. Deliberadamente, empezó a quitar una fotografía detrás de otra del espejo. Echó un vistazo a cada una antes de guardarlas en un cajón.
Una fotografía se quedó en el tocador; de su padre, su madre y él con diez años. Baekhyun enderezó la imagen. Luego fue a tomar la caja de música y ponerla en el cajón junto con las demás fotografías y recortes, la empujó a la parte de atrás.
Escaleras abajo, oyó la puerta principal abrirse y cerrarse. Su madrastra lo llamó:
—¿Baekhyun?
No respondió inmediatamente. Estaba sujetando su copia de Dentro del Laberinto.
—¿Baekhyun?
—Espera —susurró Baekhyun—. Estoy cerrando un capítulo de mi vida. Sólo espera. —Hizo un alto, y añadió, todavía en un susurro—. Por favor. —Puso el libro en el cajón con el resto, y se quedó de pie con la mano encima.
—¡Baekhyun!
Baekhyun dejó pasar un momento, luego respondió.
—Sí. Sí, estoy aquí. —Miró el cajón y suspiró—. Bienvenida de nuevo —dijo.
—¿Qué? —Su madrastra, que estaba quitándose el abrigo al pie de las escaleras, se detuvo, desconcertada—. ¿Qué has dicho? —le dijo.
Baekhyun abrió la boca, y la volvió a cerrar. Una vez es suficiente, pensó.
Una vez estaba bien. Más sería presuntuoso. Casi me pasé ahí, se sonrió a sí mismo, y cerró el cajón.
Se enderezó, y en la oscuridad de la ventana vio su reflejo contra la luz de la luna. Detrás de su reflejo estaba Ludo.
—Ludo… adiós… Baekhyun —dijo.
Él se giró con un grito de alegría. La habitación estaba vacía.
Comprobó la ventana otra vez. Sir Didymus estaba allí.
—Y recuerda, dulce señorito, si nos necesitaras alguna vez…
—Los llamaré —le dijo. Echó un vistazo por la habitación otra vez.
Estaba vacía, por supuesto.
Sir Didymus corrió de vuelta al marco de la ventana.
—Se me olvidó decir también, que si alguna vez pensáis en el matrimonio…
—Entiendo —le dijo Baekhyun—. Adiós, valiente sir Didymus.
Se desvaneció. Baekhyun mantuvo los ojos en la ventana. No tuvo que esperar mucho. Namjoon apareció de detrás de la cama.
—Si, si alguna vez nos necesitaras… por cualquier motivo que fuese… —Lo miro fijamente por debajo de sus pobladas cejas, y empezó a desvanecerse.
—Namjoon —dijo Baekhyun—. Te necesito. Los necesito a todos.
—Algunas veces —observó el Hombre Sabio— necesitar es… dejar marchar.
—Oh, ¡guau! —dijo su sombrero—. Eso es sólo para principiantes.
Fuera de la oscura ventana, el búho blanco se había posado con sus garras enganchándose en una rama, una esfinge observando y esperando.
Ahora voló lejos sobre el parque, con silenciosos aleteos de terciopelo, arriba hacia la luna llena.
Nadie lo vio, blanco a la luz de la luna, negro contra las estrellas.
FIN
Editado: 14.04.2022